lunes, 30 de diciembre de 2013

SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS


1ª Lectura: Números 6,22-27

    El Señor habló a Moisés: Di a Aarón y a sus hijos: Esta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas:
        El Señor te bendiga y te proteja,
        ilumine su rostro sobre ti
        y te conceda su favor;
       el Señor se fije en ti
        y te conceda la paz.
     Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    Dios es la fuente de todo bien, luz, fortaleza y paz. Su mirada bienhechora y misericordiosa sobre el hombre es la garantía de la existencia. Esta bendición, pronunciada por el sacerdote sobre el pueblo, halló su plenitud en Cristo, en quien hemos sido bendecidos con toda clase de bendiciones en el cielo (cf. Ef 1,3; Gál 3,14).


2ª Lectura: Gálatas 4,4-7

    Hermanos:
    Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijo por adopción. Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá! (Padre).  Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.

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    La gran bendición de Dios, Jesucristo, nos introduce, por la filiación adoptiva, en el contenido más profundo de la bendición de Dios, que nos capacita para poder decir con legitimidad ¡Abbá!, convirtiéndonos, además, en herederos de Dios.


Evangelio: Lucas 2,16-21

   En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.


                        ***                  ***                  ***                  ***

    Advertidos por los ángeles, los pastores se dirigen a Belén. Llegados al lugar, se convierten en desveladores del misterio del Niño. Y todos se admiraban al oírlos. Y entre los oyentes la más “activa” era María, meditando todo en su corazón. La imposición del nombre de Jesús (Salvador/Liberador) cumple y cierra el relato de la Anunciación (Lc 1,31). Como los pastores, celebrando la Navidad, hemos de regresar a casa, convertidos en anunciadores  creíbles de la misma.

REFLEXIÓN PASTORAL

    En esta jornada primera del nuevo año vaya para todos, como augurio más sincero, el saludo franciscano de PAZ y BIEN. Coincidiendo con la  celebración litúrgica de Santa María, Madre de Dios y Reina de la Paz, el día 1 de Enero, día de los buenos deseos para el año que comienza, ha pasado a convertirse, desde que Pablo VI lo estableciera, en Jornada mundial de Paz. No porque la paz sea una realidad mundial, sino más bien porque es una necesidad  mundial.  En este día a todos se nos invita a  asumir nuestra responsabilidad como constructores de la paz, es decir, con palabras de Jesús, a ser "pacíficos".
    Todos somos conscientes de la fragilidad y precariedad de este valor inestimable que es la paz. Puede saltar hecho añicos en cualquier momento. Mientras exista un corazón no pacificado la paz siempre estará expuesta, y la violencia será una amenaza constante.
    Basta con asomarse a los informativos para descubrir una geografía de violencia. Casi es suficiente con traspasar el umbral de nuestra casa para hollar caminos señalizados por la violencia, la inseguridad y la irresponsabilidad. Sin salir de casa, de puertas adentro, se experimenta con más frecuencia de la deseable la ausencia de paz. Incluso al nivel más íntimo de la propia conciencia experimentamos ansiedades, angustias, tensiones que nos desestabilizan interiormente, impidiéndonos ofrecer  a los demás un rostro serenamente alegre.   
     Todos, personas e instituciones, estamos necesitados de paz. Y ¿qué es la paz? Casi nos hemos habituado a identificarla con la ausencia relativa de tensiones o con el silencio de las armas. NO; la paz no puede reducirse o construirse con ausencias y silencios. La Paz es plenitud de justicia, de libertad, de verdad, de corresponsabilidad, de amor... Por eso, suspirar por la paz, orar por la paz, ansiar la paz no debe conducirnos a aceptar pacifismos inhumanos, conseguidos  a costa del secuestro  o la limitación de derechos inalienables de la persona.
     No son la tranquilidad y el orden los valores supremos, sino los apuntados hace un momento. No es tan importante vivir, cuanto tener motivos para dignificar la vida. Quien busque la  paz verdadera ha de estar atento, porque es fácil caer en la tentación. Existen muchos modos para convertir al pueblo en consumidor de un producto llamado paz, que no es sino un conglomerado de intereses mejor o peor hilvanados, y orientado a distraer más que a concienciar sobre la auténtica paz.
    ¿Y dónde se construye la paz? ¿Dónde está ese taller? La paz se construye en el puesto de trabajo, en la familia, en la escuela, en el saludo diario, en la mano tendida, en la sonrisa... Lo otro son superestructuras para mantener el equilibrio de la violencia; montajes, que no superan la condición de papel mojado cuya letra borran los egoísmos, intereses y ambiciones.
     MI  PAZ OS  DOY; NO COMO LA DA EL MUNDO. El cristiano no confunde la paz con el silencio de las armas, con las declaraciones optimistas de las cancillerías, con el bienestar y el equilibrio económicos. Eso puede ser un síntoma externo, y no siempre. La verdadera paz hay que buscarla en el interior de cada uno; en el orden de la propia conciencia normada por la voluntad de Dios.
     La paz para nosotros tiene un nombre: Jesucristo. El es nuestra PAZ. El es el pacificador de los hombres con Dios y de los hombres entre sí mediante la entrega de su vida y el don de su gracia. Siempre, pero sobre todo en nuestra hora, debe vibrar en nuestra oración, esperanzador y consciente el anhelo de S. Pablo: "La paz de Dios que supera todo conocimiento, guarde nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Flp 4,7).
     Pidamos a María, Madre de Dios y Reina de la Paz, que todos y cada uno aportemos con generosidad nuestro granito de arena para que un día no lejano la casa de la paz sea la casa de todos. Y, con las palabras atribuidas Francisco de Asís, digamos: "Haz de mí, Señor, un instrumento de tu Paz”.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Como los pastores, soy testigo gozoso de la Navidad?
.-  ¿Cómo María, guardo en el corazón todas estas cosas?

.- ¿Me siento un instrumento de paz?

viernes, 27 de diciembre de 2013

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA -A-


1ª Lectura: Eclesiástico 3,3-7. 14-17a

    Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole. El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; el que respete a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor le escucha.
    Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones, mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia, no lo abochornes, mientras seas fuerte. La piedad para con tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados; el día del peligro se te recordará y se desharán tus pecados como la escarcha bajo el sol.

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    El texto de Eclesiástico no solo es normativo sino crítico. Las advertencias que dirige a los hijos supone la existencia de situaciones en que los padres no disfrutaban del reconocimiento debido por los hijos. El autor subraya la capacidad “redentora” del amor y el respeto a los padres, máxime en su ancianidad y debilidad física y mental. Sin embargo, las “obligaciones” no son solo de los hijos para con los padres. También deben profundizarse las relaciones de los padres para con los hijos, liberándolas de toda tentación paternalista/maternalista o de inhibición en el ejercicios de sus deberes y responsabilidades. Sin olvidar, las relaciones de conyugalidad, expuestas a la tentación de una vivencia superficial y tergiversada.

2ª  Lectura: Colosenses 3,12-21

    Hermanos:
    Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos  mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed agradecidos: la Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene al Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.

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    El texto seleccionado pertenece a la tercera parte de la carta a los Colosenses -las exhortaciones a la comunidad-. Dos niveles se advierten en él: el de  la familia de Dios, la Iglesia (Gál 6,10), y el de  la familia doméstica, la de la carne y la sangre.
   Respecto de la primera, destaca diversas actitudes, enfatizando sobre todo el perdón, el amor y la gratitud. Una familia cohesionada en torno a la palabra de Cristo.
   Respecto de la segunda, se mueve en los parámetros de una convivencia íntima y cordial. Con un subrayado especial: no exasperar a los hijos.

Evangelio: Mateo 2,13-15. 19-23

                                                  Cuando se marcharon los Magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”. 
    José se levantó, cogió al niño y a su madre de noche; se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes; así se cumplió lo que dijo Dios por el Profeta: “Llamé a mi hijo para que saliera de Egipto”.
Cuando murió Herodes, el Ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo: “Levántate, coge al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño”.
    Se levantó, cogió al niño y a su madre y volvió a Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños se retiró a Galilea y se estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los profetas, que se llamaría nazareno.

                                   ***                  ***                  ***

    Además del hecho de la huída a Egipto de la Sagrada Familia, donde aparece ya la existencia de Jesús marcada por la señal de la cruz, el evangelista quiere ofrecer en este relato otras sugerencias importantes para los primeros cristianos provenientes del judaísmo y para los judíos que no aceptaban a Jesús ni lo reconocían como el enviado de Dios. Algunos detalles recuerdan la vida de Moisés: la matanza de los inocentes (Ex 1,15-16), la huída de Moisés al desierto ante el peligro del faraón (Ex 3,14-15), y su regreso a Egipto, una vez muerto el faraón (Ex 4,19-23). Jesús es el nuevo Moisés.
    Pero más importante aún es la relación que establece entre Jesús e Israel. La huída de Jesús y su familia evoca el traslado de Jacob a Egipto (Gen 46,1-7). Desde allí, Jesús, el verdadero Hijo, inicia el nuevo y definitivo éxodo (Os 11,1). Su regreso a la tierra de Israel es el primer paso de un camino semejante al que recorrió Israel en sus orígenes. Jesús es el nuevo Israel y el modelo del nuevo Éxodo.


REFLEXIÓN PASTORAL

     En el marco de la Navidad, la Iglesia quiere ofrecernos una referencia válida -la de la familia de Nazaret- para iluminar y estimular esa realidad tan fundamental de la existencia. ¿Pero, es una propuesta realista la de la familia de Nazaret? ¿No se trata de una referencia inalcanzable, no solo por su lejanía en el tiempo, sino, sobre todo, por la abismal distancia de calidad personal entre ella y nosotros?
    A fuer de llamarla Sagrada, olvidamos que fue una familia real. Frente a los evangelios apócrifos, que la consideraban como un espacio idílico y fantástico, nuestros Evangelios, subrayan el riesgo, la tensión y el quehacer humanizador en el que se vio inmersa.
    Así, la familia de Nazaret fue una familia en apuros, llegando al riesgo de la ruptura (Mt 1,18-19); situación que se superó por la inspiración del Espíritu Santo a José (Mt 1,20b), pero, también, porque ambos, María y José, supieron quererse y creerse más allá de la evidencias inmediatas.
    Fue una familia amenazada. El poder tembló (Mt 2,3) cuando tuvo noticia del nacimiento de quien había venido a servir (Mt 20,28). Y María y José y el niño Jesús conocieron las penurias de la emigración y de la persecución política (Mt 2,19-23).
    La Sagrada Familia fue un espacio de crecimiento, de maduración personal integral (“Jesús crecía” Lc 2, 40.52); un lugar donde, desde el respeto a las situaciones personales (José respeta la situación de María (Mt 1,18-25); Jesús hace ver a sus padres cuál es su principal tarea y que es inútil disuadirle (Lc 2,49); María acepta esos planteamientos, meditándolos en su corazón), se vive intensamente un proyecto de vida común (Lc 2,19.51).
    Fue una familia temerosa de Dios. Uno de los rasgos que se subrayan en el evangelio es que cumplían todo lo dispuesto en la Ley del Señor.
    La familia de Nazaret fue una familia idea por Dios; de ahí que se haya convertido en el ideal de toda familia cristiana y de toda la familia cristiana, que es la Iglesia.
    Son muchos los interrogantes, los problemas, las tentaciones que se cierne sobre la familia. Las soluciones no pueden improvisarse. Cada caso requiere su discernimiento. La familia es una obra de arte y requiere artistas que la realicen; es un tejido muy sutil, elaborado con hilos finos y preciosos, y requiere manos expertas e inspiradas.
    Que la Sagrada Familia nos inspire para construir cristianamente la familia de la carne y de la sangre, la familia de la fe, que es la Iglesia, y la familia de todos, que es el mundo.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Frecuento la escuela de Nazaret? ¿Aprendo sus lecciones?
.- ¿Siento a la Iglesia como familia?
.- ¿Privilegio la vida de familia?

martes, 24 de diciembre de 2013

NATIVIDAD DEL SEÑOR -A-


1ª Lectura: Isaías 52,7-10
 
    ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión: “Tu Dios es Rey”!
     Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión. Romped a cantar, ruinas de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén; el Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán los confines de la tierra y la victoria de nuestro Dios.

                                   ***                  ***                  ***

    Este poema, que evoca a Is 40,9-10, cierra una sección importante del libro y prepara a Is 62,6-7. Más allá de los problemas textuales, en el marco de la Navidad este texto halla su plenitud en el gran Mensajero de la Paz y constructor del Reino de Dios, Jesús. El nacimiento del Señor marca el punto de inflexión, a partir del cual renace la esperanza y la alegría.

2ª Lectura: Hebreos 1,1-6

    En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. El es el reflejo de su gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de Su Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado. Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: “Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado”? O ¿”Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo”? Y en otro pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: “Adórenlo todos los ángeles de Dios”.

                                   ***                  ***                  ***

    Nos hallamos ante uno de los textos más densos del NT. En Jesús, Dios deja de pronunciar palabras para pronunciarse él. Jesucristo es el autopronunciamiento personal de Dios. En él desaparece toda fragmentariedad y provisionalidad. El ha realizado el designio original de Dios. La Navidad no debe diluirse en un sentimentalismo fácil, sino abrirnos a una contemplación y escucha profundas del Niño que nace en Belén La Navidad inagura los tiempos definitivos.    

Evangelio: Juan 1,1-18

                                         
               

    En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió… La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad….

                                   ***                  ***                  ***

    En los evangelios hay dos presentaciones del misterio navideño: uno “narrativo”: el de los sinópticos (Mt y Lc), y otro “kerigmático”: el de Juan. El prólogo del IV evangelio, texto elegido para la liturgia de esta solemnidad, rebosa densidad teológica. Presenta la identidad y misión profundas de Jesús -la Palabra personal de Dios, llena de luz y de vida…-; denuncia el peligro de no reconocer su venida en la debilidad de la carne, y anuncia la enorme suerte de los que reconocen y acogen esa “navidad” de Dios. Porque la “navidad” de Dios no será completa hasta que cada uno no nos incorporemos a ella o la incorporemos a nosotros.  


REFLEXIÓN PASTORAL

    La Navidad se ha convertido en una de las fechas mágicas y tópicas por excelencia. Son muchos los elementos que se funden en ella -y que la confunden-. No se trata de polemizar contra esos aspectos periféricos y distorsionadores, sino de reivindicar su “corazón” y su “razón” originales. 
    La Navidad nos habla, en primer lugar, de Dios; todo es iniciativa suya. Un Dios que decide encarnarse -humanizarse-, convivir, dialogar, servir y salvar al hombre. Un Dios que quiere hacernos familia suya -hijos- (1 Jn 3,1). ¡Este es el “corazón” de la Navidad y su “razón” original!                
    La Navidad es una llamada a la interioridad, y hay que entrar en ella. No puede ser algo que “se viene y se va” en una alegría intrascendente e inmotivada. La Navidad ha de dejar una huella permanente, indeleble e inolvidable, como la dejó en Dios, a quien  marcó profundamente y para siempre.
    La Navidad nos ofrece la oportunidad de restregarnos los ojos para descubrir al Jesús de verdad; y la verdad de Jesús. La fiesta del nacimiento del Hijo de Dios debe ser también la de su descubrimiento. De lo contrario será una ocasión perdida. Todo se diluirá en luces que no alumbran, en voces que no dan respuestas; en consumos que nos consumen.
    La Navidad es una posibilidad y una responsabilidad. La posibilidad de compartir con Dios su “cena” de Navidad. Y la responsabilidad, o irresponsabilidad, de no oír su llamada y “cenar” sin él, una cena más y sin más, porque “vino a los suyos y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,11; Apo 3,20).
    Sin renunciar a la interpretación festiva, hay que oponerse al secuestro y tergiversación de estos misterios, protagonizados por un consumismo y una publicidad insolidarios con las necesidades de tantos hombres -hermanos-, para quienes careciendo en esos días de lo necesario, tales mensajes resultan una provocación.
Afinemos la sensibilidad, porque sería un despiste enorme celebrar la Navidad sin conocer de verdad al Señor.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo celebro la Navidad?
.- ¿Qué gusto deja en mi vida?

.- ¿Celebro en ella mi filiación divina y fraternidad interhumana?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

IVº DOMINGO DE ADVIENTO -A-


1ª Lectura: Isaías 7,10-14

    En aquellos días, dijo el Señor a Acaz: “Pide una señal al Señor tu Dios en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo”.
    Respondió Acaz: “No la pido, no quiero tentar al Señor”.
    Entonces dijo Dios: “Escucha casa de David: ¿no os basta cansar a los hombres sino que cansáis incluso a Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Enmanuel (que significa: ‘Dios-con-nosotros´).

                                   ***                  ***                  ***

    Este oráculo de Isaías se sitúa en el momento histórico en que Siria y Efraím (el Israel del norte), tras haber intentado sin éxito una alianza con Judá para atacar a Asiria (2 Re 15-16), se deciden a imponer en Judá, por la fuerza, un rey que favorezca sus planes (Is 7,6). Ante esta decisión “se estremeció el corazón del rey y el de su pueblo” (Is 7,2).
   El profeta intenta aportar serenidad, pero sin éxito (Is 7,4b-9b). Ante este rechazo del rey, Isaías pronuncia el oráculo conocido como “del Enmanuel”. En él se anuncia la cercanía de Dios y su fidelidad a la dinastía davídica en ese momento difícil, y se asegura la desaparición de ese peligro, pero también se hace una llamada a la fe: “Si no creéis, no subsistiréis” (Is 7,9b).
    El centro del oráculo reside en el “niño”: él es la señal. Respecto de la madre se ha especulado sobre su identidad (¿una de las esposas del rey?, ¿la esposa de Isaías? ¿una alusión a la ciudad de Jerusalén?). La relectura cristiana ha introducido en la lectura de esa figura la perspectiva mariológica.

2ª Lectura: Romanos 1,1-7

    Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para anunciar el Evangelio de Dios. Este Evangelio, prometido ya por sus profetas en las Escrituras Santas, se refiere a su Hijo,  nacido, según lo humano, de la estirpe de David; constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios, con pleno poder por su resurrección de la muerte: Jesucristo nuestro Señor.
    Por él hemos recibido este don y esta misión: hacer que todos los gentiles respondan a la fe, para gloria de su nombre. Entre ellos estáis también vosotros, llamados por Cristo Jesús.
    A todos los de Roma, a quienes Dios ama y ha llamado a formar parte de su pueblo santo, os deseo la gracia y la paz de Dios nuestro padre y del Señor Jesucristo.

                                   ***                  ***                  ***

    A una comunidad, a la que no conocía personalmente, Pablo dirige la Carta síntesis de su pensamiento apostólico. Se presenta como elegido de Dios y siervo de Cristo para anunciar el Evangelio. Una reivindicación que él juzga necesaria, frente a los que impugnaban su condición de apóstol (cf. 2 Cor 11-12). Evangelio que hunde sus raíces en las Escrituras Santas, y que halla su plena manifestación en la persona de Jesucristo, -“Evangelio de Dios”-, Hijo de Dios, por el Espíritu, y verdadero hombre, de la estirpe de David. Un Evangelio que no conoce fronteras, y que ha llegado ya hasta la capital  del mundo conocido -Roma-.


Evangelio: Mateo 1,18-24
                                                                                        
    La concepción de Jesucristo fue así: La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor, que le dijo: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”.
    Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel (que significa: Dios-con-nosotros).
    Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

                                   ***                  ***                  ***

    Mientras que el Evangelio de san Lucas presenta la anunciación a María (1,26-38), san Mateo narra la anunciación a José. En cuatro ocasiones, en el Evangelio de la infancia de san Mateo (Mt 1-2), José recibe comunicaciones "celestiales" respecto del Niño: aquí (1,18-24), en la huída a Egipto (2,13), en el regreso a la tierra de Israel (2,19-20) y en el asentamiento en Nazaret (2,22). De esta manera subraya el primer evangelio el protagonismo de José. Como "padre", es el encargado de dar cobertura legal al nacimiento de Jesús, de imponerle el nombre y correr con los cuidados de su custodia. José no es un marginado del "misterio", sino un "creyente" -el primero- en el misterio de Jesús. Y desde ahí se convierte en modelo de acogida de los designios de Dios.


REFLEXIÓN PASTORAL

    En el umbral de la Navidad, María nos muestra el modo más veraz de celebrar la venida del Señor: acogida gozosa y cordial de la Palabra del Señor; y el estilo: encarnándola y alumbrándola en la propia vida.  Es la primera luz, la señal más cierta de que viene  el Enmanuel, porque lo trae ella.
    En esto consiste la grandeza inigualable de María: en una entrega inigualablemente audaz y confiada en las manos de Dios; en una acogida inigualablemente creadora del Señor. María es una figura que produce vértigo, por su altura y profundidad. Interiorizada por Dios, que la hizo su madre, e interiorizadora de Dios, a quien hizo su hijo. 
    Dios es el espacio vital de María y, milagrosamente, María se convierte en espacio vital para Dios. Dios es la tierra fecunda donde se enraíza María y, milagrosamente, María es la tierra en la que florece el Hijo de Dios. Pero esto no le dispensó de la fe más honda y difícil. La encarnación de Dios estuvo desprovista de todo triunfalismo. La Navidad fue para  María, ante todo, una prueba y una profesión de fe. “Dichosa tú, que has creído” (Lc 1,45). Por eso es “bendita entre todas las mujeres” (Lc 1,42).  
    Y junto a María, José, “que era justo” (Mt 1,19).  Y porque era justo: aceptó el misterio que Dios había obrado en María, su esposa (Mt 1,24); se entregó sin fisuras al servicio de Jesús y de María; asumió las penalidades de la huida a Egipto para proteger la vida de Jesús, amenazada por Herodes, (Mt 2,13-15); lo buscó angustiado, con María, cuando, a los doce años, decide quedarse en Jerusalén (Lc 2,41-50); fue el acompañante permanente del crecimiento de Jesús en edad, sabiduría y gracia (Lc 2,52); y aceptó el silencio de una vida entregada al servicio del plan de Dios, renunciando a cualquier tipo de protagonismo… José no es un “adorno”, ni un personaje secundario. Nos enseña a saber estar y a saber servir.
     María y José son los protagonistas de un SÍ a Dios, que hizo posible el gran SÍ de Dios al hombre: Jesucristo, a quien san Pablo presenta (2ª lectura) como el núcleo del Evangelio, destacando su condición humana -“de la estirpe de David”- y su condición divina -“Hijo de Dios, según el Espíritu”-.
     Estos son los mimbres con los que Dios quiso tejer el gran misterio de su nacimiento.  Mimbres humildes, flexibles, pero sólidos. Dios elige “lo que no cuenta…” (1 Cor 1,28).
     “No temas quedarte con María” (Mt 1,20). Porque ella hizo florecer la Navidad; porque es maestra del Evangelio; porque con  ella siempre estará su Hijo.  Será la mejor compañera, constructora y maestra de la Navidad.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- En el umbral de la Navidad, ¿con qué actitudes me dispongo a celebrarla?
.- ¿Qué ha supuesto para mí el tiempo de Adviento?
.- ¿En qué modelos me inspiro para celebrar la Navidad?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 12 de diciembre de 2013

IIIº DOMINGO DE ADVIENTO -A-


1ª Lectura: Isaías 35,1-6ª. 10

    El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor el narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, y la lengua del mudo cantará. Y volverán los rescatados del Señor. Vendrán a Sión con cánticos: en cabeza: alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.

                                   ***                  ***                  ***

    El capítulo 25 de Isaías es un poema que contempla la vuelta del Destierro y, por tanto, habría que relacionarlo con la segunda parte del libro de Isaías (caps. 40-55), conocidos como “Deutero Isaías”. El profeta contempla y canta la restauración de Israel. El pueblo verá la gloria y la belleza del Señor, reflejadas en la transformación del desierto en vergel. Esa noticia debe regenerar a la comunidad que, liberada de sus ataduras, recuperada de  su fragilidad, es invitada a ponerse en camino hacia la patria, la Sión renovada y convertida en morada permanente del Señor.
    Situado en el Adviento cristiano, el texto supone un estímulo para dotar a nuestra vida de esperanza, superando miedos y debilidades, y encantarnos con la contemplación de la belleza y la gloria de nuestro Dios, reflejada en rostro de Cristo (2 Cor 4,6).   

2ª Lectura: Santiago 5,7-10

    Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes porque la venida del Señor está cerca. No os quejéis, hermanos, unos de otros para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y paciencia a los profetas, que hablaron en nombre del Señor.

                                   ***                  ***                  ***

    A los primeros cristianos les inquietaba el retraso de la venida del Señor. Esperaban con ansiedad ese momento. La situación que estaban viviendo era difícil -“rodeados de toda clase de pruebas” (Sant1,2)-. En la Carta, dirigida a cristianos de origen judío disperso por el mundo greco-romano, se les anima no solo a la paciencia sino también a la fortaleza y la perseverancia. Hay que abandonar cálculos de tiempo cronológico,  y “abandonarse” a la promesa del Señor, que no fallará.

Evangelio: Mateo 11,2-11
                                                                          
    En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar por medio de dos de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”
    Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mí!”
    Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. ¿Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un Profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quién está escrito: ‘Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti´. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él”.

                                   ***                  ***                  ***


    A la cárcel le llegan a Juan noticias de Jesús, de sus obras, que no parecen coincidir con el perfil austero y penitencial diseñado por él (cf. Mt 3,1-12; 11,18). Por eso envía discípulos para conocer la respuesta personal de Jesús. Y esta es clara: sus obras, contempladas a la luz de los oráculos proféticos (Is 35,5-6; 42,18) no dejan lugar a dudas; y revelan también que su mensaje es la Buena Noticia.
   Junto a este autotestimonio, Jesús da testimonio de Juan. Aunque él, Jesús, aporta un plus -un tono y un rostro nuevo-, no lo descalifica: Juan no es un predicador oportunista ni un halagador de los oídos del poder; es más que profeta: es el Precursor.

REFLEXIÓN PASTORAL

   “Se alegrarán el páramo y la estepa…” (Is 35,1). Es el mensaje del tercer domingo de Adviento -por eso designado domingo “gaudete”-. Pero, ¿es un mensaje posible? ¿Existe en nuestra sociedad, tan tensionada, un espacio y un motivo para la alegría? ¿Más que alegrarse no está gimiendo la creación por la violencia a la que la tiene sometida el hombre (cf. Rom 8,22)?
   La Palabra de Dios nos invita no solo a la alegría, sino que ofrece el auténtico motivo para la misma: la venida del Señor.  El profeta Isaías, con una mirada profunda, atisba el rejuvenecimiento de la creación, reflejo de “la belleza de nuestro Dios” (vv.1-2), del hombre, que recuperará el pleno uso de sus sentidos, y de la misma sociedad (vv. 3-6).
    La alegría y la esperanza descansan, recuerda el salmo responsorial, en la fidelidad y lealtad de Dios (Sal 146,6), que vendrá para salvarnos.
   La venida cierta pero sorpresiva del Señor es el motivo de nuestra alegría. Pero esperar no es fácil. Por eso la Carta de Santiago nos advierte: “Tened paciencia, hermanos,…y manteneos firmes” (Sant 5,7.8).
¿Eres tú el que ha de venir o tenemos todavía que esperar a otro?” (Mt 11,3). En esa  pregunta se encuentra condensada la expectación de toda la historia humana. ¿Eres tú… el agua viva (Jn 4,10), el pan de la vida (Jn 6,35), la luz (Jn 8,12), el camino, la verdad, la vida… (Jn 14,6), o tenemos que seguir esperando a otro, apurando fuentes y alimentos que no sacian, internándonos por caminos que no nos conducen a ninguna parte o que, por lo menos, no nos conducen a Dios? ¿Eres tú?
    “Dichoso el que no se siente defraudado por mí” (Mt 11,6). En realidad El no defrauda, porque vino a dar testimonio de la Verdad, pero sí que pueden sentirse defraudados, desencantados, los que van tras El buscando otras cosas, y no la Verdad (cf. Jn 6,26).
    Acojamos la pregunta del Bautista y examinemos si es el Señor, quien orienta y colma nuestra esperanza; si es El el fundamento de nuestra alegría. En todo caso, es importante que nos preguntemos y respondamos con sinceridad a esa cuestión, pues llegará el momento en que el mismo Jesús nos pregunte: “¿Y vosotros, quién decís que soy yo?” (Mt 16,15).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Quién digo yo que es Jesús? ¿Lo digo de palabras, o lo digo con la vida?
.- ¿Me reconozco en la bienaventuranza de Jesús?

.- ¿Me inunda la alegría del evangelio?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 5 de diciembre de 2013

II DOMINGO DE ADVIENTO: SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA


 1ª Lectura: Génesis 3,9-15

    Después que Adán comió del árbol, el Señor Dios lo llamó: ¿Dónde estás?
    El contestó: Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.
    El Señor le replicó: ¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?
    Adán respondió: La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí.
    El Señor dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho?
    Ella respondió: La serpiente me engañó y comí.
    El Señor Dios dijo a la serpiente: Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza, cuando tú la hieras en el talón.
    El hombre llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    Creado “a imagen y semejanza” de Dios, el pecado no pertenece a la estructura original del hombre. El relato del Génesis nos dice que el pecado fue “originado” por el hombre, y ese pecado quebró, pero no anuló, el proyecto original de Dios. Pecando, el hombre se situó de espaldas a Dios, se escondió de él; pero Dio no le dio la espalda, sino que le buscó y quiso saber el porqué de aquel error, que se convertiría en “origen”  de no pocos “dolores” de su vida. Pero en la misma caída  Dios siembra una esperanza, una promesa: de la estirpe de la mujer nacerá la salvación. De ahí que este texto del Génesis sea designado como proto-evangelio Muchos Padres de la Iglesia han hecho de este relato una doble lectura: cristológica -la estirpe, Cristo- y mariológica -el pie que pisa la cabeza de la serpiente, María-. Esta  lectura es la que aparece en diversas imágenes de la Virgen María: la Inmaculada, la Milagrosa…


2ª Lectura: Romanos 15,4-9

    Hermanos:
   Todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Que Dios, fuente de toda paciencia y consuelo, os conceda estar de acuerdo entre vosotros, como es propio de cristianos, para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
    En una palabra, acogeos mutuamente como Cristo os ha acogido para gloria de Dios. Quiero decir con esto que Cristo se hizo servidor de los judíos para probar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas hechas a los patriarcas, y, por otra parte, acoge a los gentiles para que alaben a Dios por su misericordia. Así dice la Escritura: Te alabaré en medio de los gentiles y cantaré a tu nombre.

                                   ***                  ***                  ***

    En la solemnidad de la Inmaculada se prescribe la lectura de este texto, original de la liturgia del 2º Domingo de Adviento. Pertenece al final de la parte exhortativa de la Carta. San Pablo amonesta a los cristianos, en su mayor parte provenientes del mundo pagano, a considerar las Escrituras como guía espiritual y criterio de vida. A profundizar la comunión, para orar a Dios con un solo corazón. A acoger al otro como cada uno ha sido acogido por Dios en Cristo. Dios no discrimina: la elección en otro tiempo del pueblo judío no supuso la exclusión de los gentiles; y la apertura ahora del Evangelio a los gentiles no opaca ni anula esa fidelidad de Dios respecto de Israel. Cristo nos lo revela con claridad: él ha venido a derribar el muro de separación (Ef 2, 14).

Evangelio: Lucas 1,26-38

    En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
    El ángel, entrando a su presencia, dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres.
    Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquél.
    El ángel le dijo: No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.
    Y María dijo al ángel: ¿Cómo será eso, pues no conozco varón?
    El ángel le contestó: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.
    María contestó: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
    Y el ángel se retiró.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    “Llena de gracia” traduce mejor que “Inmaculada” la singularidad de María, por qué es “bendita entre todas las mujeres”. María no es solo una existencia “vacía” de pecado, sino una existencia “llena de gracia”.  El relato de la Anunciación conecta con el proto-evangelio del Génesis (1ª lectura): en él se cumple la promesa de la estirpe salvadora, el nuevo linaje que nacerá de María, la nueva Eva. Como dicen los Padre de la Iglesia: si por la desobediencia de Eva vino el pecado, por la obediencia de María vino la salvación. Ella es la puerta humilde por la que Dios entró en el mundo y regeneró al hombre. Por la obediencia de María quedó otra vez abierto y expedito el camino hacia el árbol de la vida (Gen 3,24).



REFLEXIÓN PASTORAL

    En el centro del Adviento, como razón y estímulo de esperanza, aparece la fiesta de la Inmaculada. En ella celebramos la realización en María de la obra redentora de Cristo de una manera del todo particular: ser preservada de toda mancha de pecado desde el primer instante de su ser. Un hecho que hunde sus raíces en los amorosos y providentes designios de Dios.
    La que iba a ser la sede física del Hijo de Dios, la vida de quien iba a recibir la vida del Hijo de Dios, la carne en que iba a encarnarse el Hijo de Dios debía ser inmaculada. Sería pobre, humilde…, pero de una transparencia y luminosidad celestiales. María fue un capricho de Dios. “Dios pudo hacerlo, fue conveniente hacerlo, luego lo hizo”, es la síntesis de la argumentación teológica del gran defensor de la Inmaculada, el franciscano beato Juan Duns Escoto.
    Pero eso no fue un hecho discriminante para los demás: el privilegio de María no ofende, sino que estimula. Ella es “el orgullo de nuestra raza”.
    Contemplar a una criatura así es constatar que Dios se ha comprometido en una nueva creación. Y María es un avance profético. El misterio de la Inmaculada no nos excluye, nos incluye en él. Porque lo que aconteció en ella de manera singular -verse libre del pecado- es posible también para nosotros. La misma gracia que obró en ella, la gracia de Cristo, obra en nosotros. A ella preservándola; a nosotros perdonándonos (Ef 1,3-5).
    Y no conviene olvidar algo fundamental: “Inmaculada” no es solo un título que se refiera solo al momento de su concepción; María fue “inmaculada”, “llena de gracia” en toda su vida, una vida de fiel y responsable obediencia al designio de Dios.
    Pero hay otro aspecto que no debe ser silenciado. En una sociedad donde aflora el desencanto y hasta el hastío, la fiesta de la Inmaculada lanza un reto: la necesidad de mirar al cielo, de dar luminosidad y transcendencia a nuestra mirada, de superar esa ley de la gravedad que tira de nosotros siempre hacia abajo.
    Frente a tanta corrupción e irresponsabilidad, la fiesta de la Inmaculada significa una invitación a creer y a vivir nuestra llamada a la dignidad personal, a ser santos e irreprochables por el amor. No estamos solos, la Inmaculada, está con nosotros.
    Quizá nos falte inspiración para idear un mundo mejor porque no nos inspiramos en María. Frente a tantos modelos inconsistentes y banales, esgrimidos por una publicidad política y comercial, instrumentalizadora y degradante del hombre y de la mujer, Dios nos ha presentado una alternativa, María. Quien eleva sus ojos y su corazón a ella, eleva consigo la realidad en que vive.
Que María, la “llena de gracia”, nos ayude a vivir en la gracia de Dios, para ser, como recordaba san Pablo a los Efesios, “alabanza de su gloria” (1,6); para proclamar también con voz propia, “las grandezas del Señor”, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en nosotros.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Agradezco y celebro el proyecto original de Dios sobre mi vida?
.- ¿Me ilusiona y motiva ser hijo de Dios?
.- ¿Qué resonancias suscita en mi vida la celebración de esta fiesta?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.



            

jueves, 28 de noviembre de 2013

Iº DOMINGO DE ADVIENTO -A-


1ª Lectura  2,1-5

    Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y Jerusalén: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos. Dirán: Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. El nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén la palabra del Señor. Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor.

                                   ***                  ***                  ***
    Conocido como “el profeta del Adviento”, será Isaías quien aporte el apoyo veterotestamentario a las lecturas de los domingos de este tiempo litúrgico.
    El texto seleccionado tiene afinidades con Miq 4,1-3. En ambos se contempla la restauración de Sión, convertida en centro de peregrinación de las naciones, la restauración de la paz y un mundo y una sociedad regida por la palabra del Señor.
    Se trata de un oráculo de restauración escatológica, orientado a alimentar la esperanza, a depositar la confianza en la fidelidad de Dios. El será el protagonista de una salvación universal, el árbitro de las naciones y el artífice de la verdadera paz. El será la luz bajo la que caminarán pueblos numerosos. Esta era la esperanza del profeta, que halló su cumplimiento en Cristo: el juez definitivo (Jn 5,22), el constructor de la paz (Ef 2,14) y la luz que alumbre los caminos de los hombres (Jn 1,9).

2ª Lectura: Romanos 13,11-14

    Hermanos:
   Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Vestíos del Señor Jesucristo, y que el cuidado de vuestro cuerpo no fomente los malos deseos.

                                   ***                  ***                  ***

   San Pablo exhorta a vivir con lucidez el presente. Con la redención de Cristo ha llegado la “Hora” de Dios. El cristiano, “hijo del día” (1 Tes 5,5), ya desde ahora liberado del mundo perverso (Gál 1,4) y  del imperio de las tinieblas, tiene parte en el reino de Dios y de su Hijo (Col 1,13); es ya ciudadano de los cielos (Flp 3,20). Consciente de vivir en ese HOY (Heb 1,2), el cristiano, vestido de Jesucristo, ha de conformar su vida con esa “hora” de la historia. Esta consideración es uno de los fundamentos de la moral paulina.

Evangelio: Mateo 24,37-44
                                                                                              
    En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del Hombre. Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y, cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del Hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Estad en vela, porque no sabéis a qué hora vendrá vuestro señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre.

                                   ***                  ***                  ***

    El texto evangélico es una llamada a la vigilancia. Forma parte del llamado “Discurso escatológico” del evangelio de san Mateo. Ante la pregunta de los discípulos por el “cuándo ocurrirá esto” (Mt 24,3), la respuesta de Jesús es terminante: “Cuidad que nadie os engañe” (Mt 24,4). El día del Señor, llegará, “mas de aquel día y hora nadie sabe nada, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, solo el Padre” (Mt 24, 36).
   Jesús no ha venido a satisfacer curiosidades, sino a situar la vida en una actitud de esperanza y responsabilidad permanentes. No son palabras para asustar, para esconder el tesoro en la tierra (Mt 25,25), sino para activarlo con una inversión inteligente (Mt 25, 20.22).

REFLEXIÓN PASTORAL

   Iniciamos el año litúrgico con el tiempo de Adviento.  Un tiempo espiritualmente muy rico, del que hacemos una lectura muy pobre. Es un tiempo crístico, orientado a Cristo, y por Cristo, meta y pedagogo de nuestra esperanza. Un tiempo crítico, que ayuda a desenmascarar impaciencias y utopías, ya que en toda espera el hombre está expuesto al espejismo o a la desesperación, a confundir lo último con lo penúltimo, lo accidental con lo fundamental, lo urgente con lo importante, el progreso material con la salvación... Y un tiempo eclesial: el tiempo de la Iglesia que avanza y celebra su fe “mientras esperamos la gloriosa venida del Señor Jesucristo”.
    El Adviento es tiempo para recrear la esperanza cristiana, y para  recrearnos en ella. Necesitamos un baño de esperanza que, entre otras cosas, es:
·         Saber que Dios tiene la última palabra, y concedérsela.
·          Sentirse arcilla en sus manos, alfareras del hombre y del mundo (Is 64,7).
·         Desenmascarar falsas esperanzas.
·         Asumir con serenidad y paz las limitaciones, el dolor y la misma muerte.
·         Trabajar por un mundo mejor, rebelándose a considerar lo que hay como  irremediable.
·         Descubrir el encanto de la dura realidad.

    En nuestros días, caracterizados por una especie de desencanto, somnolencia y marchitamiento de ideales y valores, necesitamos vibrar ante proyectos como los presentados por el profeta Isaías, cuando “de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas” y  “no  alzará la espada pueblo contra pueblo, ni se adiestrarán para la guerra” (Is 2,4). El profeta invita a dar trascendencia a la mirada, a no sucumbir ante la realidad inmediata, a apostar por un mundo alternativo. Para ello son necesarios ojos proféticos y caminar a la luz del Señor.
    Esperar, nos dice el Evangelio, es vigilar, dando calidad humana y cristiana a la existencia. Denunciando el comportamiento irresponsable de los tiempos de Noé, Jesús advierte de la necesidad de estar en vela, porque no se trata de “pasar” la vida, sino de “vivir” la vida. ¡Cuidado con el “sueño” religioso!
    En la misma línea está la recomendación de san Pablo en la segunda lectura: “Daos cuenta del momento en que vivís; es hora de despabilarse… Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad” (Rom 13,11.13). Y se atreve a diseñar el vestido del Adviento: “Revestíos del Señor Jesucristo” (Rom 13,14).   
    Todo esto lo sugiere el tiempo de Adviento. No vivamos distraídos como en tiempos de Noé. Y hay muchas formas de vivir distraídos; una de ellas es abstraerse, desentenderse del momento que vivimos y privarle de su clarificación desde la luz de nuestra fe. ¡Caminemos a la luz del Señor!

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué actitud abordo el Adviento?
.- ¿Qué espero y a quién espero?
.- ¿Soy consciente del momento salvador en que vivo?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap. 

jueves, 21 de noviembre de 2013

DOMINGO XXXIV -C-


1ª Lectura: 2 Samuel 5,1-3

    En aquellos días, todas la tribus de Israel fueron a Hebrón a ver a David y le dijeron: “Hueso tuyo somos y carne tuya somos; ya hace tiempo, cuando todavía Saúl era nuestro rey, eras tú quién dirigías las entradas y salidas de Israel. Además, el Señor te ha prometido: Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel”.
    Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al rey, y el rey David hizo con ellos un pacto en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos ungieron a David como rey de Israel.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    Tras la muerte de Saúl, las tribus del Norte, ante la presión filistea, deciden acudir a David, que se hallaba en Hebrón, para ofrecerle el gobierno de Israel. Consagrado primeramente como rey por los clanes del Sur, los de Judá (2 Sam 2,4), ahora lo es por los del Norte, Israel. Así se convierte en rey de todas las tribus, dando cumplimiento a la unción que sobre él realizó Samuel (1 Sam 16,13). En realidad fue siempre un reino "dividido", sin cohexión interna, desgarrado por luchas partidarias hasta la escisión a la muerte de Salomón (1 Re 12) 

2ª Lectura: Colosenses  1,12-20

    Hermanos:
   Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. El nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. El es anterior a todo, y todo se mantiene en él. El es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. El es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz.

                        ***                  ***                  ***                  ***

     Este bellisimo himno de la carta a los Colosenses presenta un aspecto de la "realeza" de Cristo: una realeza universal y salvífica. Primogénito de toda criatura, cabeza de la Iglesia..., en él reside la plenitud y es el punto de reconciliación, de encuentro, de Dios con los hombres, a través de su muerte redentora y resurrección gloriosa. Es la dimensión definitiva del reinado de Jesucristo


Evangelio: Lucas 23, 35-43


                                                
    En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros se ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido”.
    Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”.
    Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el rey de los judíos”.
   Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”.
   Pero el otro lo increpaba: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio este no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.
    Jesús le respondió: “Te lo aseguró: hoy estarás conmigo en el paraíso”.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    San Lucas nos ofrece otro aspecto de la realeza de Cristo: la cruz es el trono de su realeza "histórica".  Jesús muere como "el rey de los Judíos", coronado de espinas y desnudo, expuesto a la burla de las gentes, en el más radical anonadamiento, despojado de su rango (Flp 2,6s), entre dos malhechores. La actitud de estos visibiliza las posibles actitudes ante el Crucificado y su reino: burlarse de él o pedir humildemente ser acogido en su recinto. Jesús, hasta el final de su vida mantuvo abierta la oferta. No deja de ser significativo que, mientras san Mateo (27,44) y san Marcos (15,32b) presenten a los dos malhechores en una actitud hostil ante Jesús, san Lucas introduzca una matización: mientras uno le increpa, otro le invoca.  

REFLEXIÓN PASTORAL

    Dando culmen al año litúrgico, la Iglesia celebra la fiesta de Cristo rey. Es verdad que a algunos esto puede sonarles a imperialismo triunfalista o a temporalismo trasnochado. Es el riesgo del lenguaje, por eso hay que ir más allá, superando las resonancias espontáneas e inmediatas de ciertas expresiones para captar la originalidad de cada caso; de esta fiesta y de este título en concreto.
    La afirmación del señorío de Cristo se encuentra abundantemente testimoniada en el NT.: El es Rey (Jn 18,37); es el primogénito de la creación y todo fue creado por él y para él (Col 1,15-16); es digno de recibir el honor, el poder y la gloria (Apo 5,12)... La segunda lectura, tomada de la carta a los Colosenses, es un exponente cualificado de esta realeza de Cristo.
    Pero no es este el único tipo de afirmaciones; existen otras, también de Cristo Rey: “Vosotros me llamáis el Señor, y tenéis razón, porque lo soy; pues yo os he lavado los pies” (Jn 13,13-14), porque “no ha venido a ser servido sino a servir” (Mc 10,45),  y su servicio más cualificado fue dar la vida en rescate por muchos, reconciliando consigo todos los seres, haciendo la paz por la sangre de su cruz (Col 1,20).
    Hablar de Cristo Rey exige ahondar en el designio salvador de Dios, abandonando esquemas que no sirven. El que nace en un pesebre, al margen de la oficialidad política, social y religiosa, el que trabaja con sus manos, el que recorre a pie los caminos infectados por la miseria y el dolor, el que no tiene dónde reclinar la cabeza, el que no sabe si va a comer mañana, el que acaba proscrito en una cruz…, ese tiene poco que ver con los reyes al uso, los de ayer y los de hoy.
    Precisamente, el evangelio de este domingo nos le presenta reinando desde un trono escandaloso, la cruz, en una postura incómoda, y ejerciendo hasta el final lo que fue su forma peculiar de gobierno: el perdón y la misericordia.
    Sí, Cristo es rey. El habló ciertamente de un reino; más aún este fue el tema central de su vida, y vivió consagrado a la instauración de ese reino; pero nunca aceptó que le nombraran rey. En una ocasión la gente lo intentó, y él, nos dice el evangelista S. Juan: “Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarlo por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte solo” (6,15). 
    “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36), dijo Jesús ante Pilato. Y se puede caer en la equivocación de pensar que no es para este mundo. El reino de Cristo, y Cristo rey, no se identifica con los esquemas de los reinos o poderes de este mundo, pero sí que reivindica su protagonismo como fuerza transformadora de este mundo.
    Como se  dice en el prefacio de la misa, el reino de Cristo es el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, del amor y la paz. O sea, la lucha contra todo tipo de mentira (personal o institucional), contra todo atentado a la vida (antes y después del nacimiento), contra todo tipo de pecado (individual o estructural), contra cualquier injusticia, contra la manipulación de la paz y contra la locura suicida y fratricida del odio. ¡No es de este mundo…, pero es para este mundo!
    Celebrar la fiesta de Cristo Rey supone para nosotros una llamada a enrolarnos como militantes de su “reinado”; a situar a Cristo en el vértice y en la base de nuestra existencia; a abrirle de par en par las puertas de nuestra vida, porque él no viene a hipotecar sino a posibilitar la vida. “Abrid las puertas a Cristo. Abridle todos los espacios de la vida. No tengáis miedo. El no viene a incautarse de nada, sino a dar posibilidades a la existencia. A llenar del sentido de Dios, de la esperanza que no defrauda, del amor que vivifica” (Juan Pablo II).
    La fiesta de Cristo rey nos invita, también a elevar a él los ojos y el corazón, para pedirle con humildad y esperanza: “Señor acuérdate de mi cuando estés en tu reino” (Lc 23,43). ¡Hermosa confesión general!
    Quizá aún alguien  evoque con nostalgia tiempos de consagraciones multitudinarias a Cristo rey, a las que se asistía y de las que se regresaba convencidos y contentos de su éxito. No importaba que, después de tal consagración, todo funcionara como antes o peor. No importaba que los negocios fueran sucios, que las autoridades abusasen del poder, que los poderosos ignorasen a los pobres y estos odiasen  a los poderosos, que se funcionara en muchos aspectos no solo al margen sino en contra de Cristo, que en muchas casas no entrase Cristo, aunque sí estuviese a la puerta… No importaba todo eso, porque en algún lugar, con gran solemnidad, unos cuantos, o muchos, habían decido ponerlo todo oficialmente a los pies de Cristo rey. Sí; no podemos ser injustos ni ironizar sobre el pasado. Sin duda que aquello era un gesto bien intencionado y noble…, pero insuficiente.
    ¡A Cristo no hay ponerle muy alto sino muy dentro! El reino de Dios empieza en la intimidad del hombre, donde brotan los deseos, las inquietudes y los proyectos; donde se alimentan los afectos y los odios, la generosidad y la cobardía…
    A Cristo rey, en definitiva, se le conoce, como nos recuerda el evangelio, profundizando en el misterio de la cruz. Acampemos cerca de él, para escuchar como el buen ladrón la palabra salvadora: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Siento pasión por el reino de Dios?
.- ¿Con qué actos y actitudes colaboro a que venga a nosotros su Reino?
.- ¿Adopto la actitud “regia” de Jesús?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.