jueves, 31 de octubre de 2013

DOMINGO XXXI -C-


1ª Lectura: Sabiduría 11,22-12,2

     Señor, el mundo entero es ante ti como un grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra. Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado.
    Y ¿cómo subsistirían las cosas si tú no las hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia, si tú no las hubieses llamado? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. En todas las cosas está tu soplo incorruptible. Por eso corriges poco a poco a los que caen; a los que pecan les recuerdas su pecado, para que se conviertan y crean en ti.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    El texto pertenece a la segunda sección del libro de la Sabiduría, que evoca la sabiduría de Dios en la historia de Israel (cap. 10-19). En él se enaltece la amorosa misericordia de Dios con todas sus criaturas. Dios tiene providencia universal de todos.  Incluso respecto del pecador la corrección es pedagógica, para propiciar la conversión. Nada existe ni subsiste si no es por su amor. Dios es “amigo de la vida”. El origen de todo lo que existe es bueno: el amor de Dios. Aquí reside el fundamento del optimismo verdadero.

2ª Lectura: 2 Tesalonicenses 1,11-2,2

    Hermanos:
    Siempre rezamos por vosotros, para que nuestro Dios os considere dignos de vuestra vocación; para que con su fuerza os permita cumplir buenos deseos y la tarea de la fe; y para que Jesús nuestro Señor sea vuestra gloria y vosotros seáis la gloria de él, según la gracia de Dios y del Señor Jesucristo. Os rogamos a propósito de la última venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestro encuentro con él, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras: como si afirmásemos que el día del Señor está encima.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    Dos aspectos se destacan en este breve fragmento de la 2 Tesalonicenses: la oración del Apóstol para que la comunidad cumpla la tarea de la fe, y así sea digna de la vocación de Dios, y la exhortación a vivir sin angustia la espera del día del Señor, respecto de la cual se habían extendido alarmas injustificadas, por “supuestas revelaciones, dichos o cartas”. Interesante es el subrayado de la tarea de la fe: la identificación con Cristo.

Evangelio: Lucas 19,1-10
    
      En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
     Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
    Él bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.
   Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré dos veces más.
    Jesús le contestó: Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar  lo que estaba perdido.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    "El buscador buscado", podría ser el título de esta escena. A una mirada inicialmente curiosa, la de Zaqueo, le sigue una mirada profunda, la de Jesús. Zaqueo la aceptó, y aquella mirada le transformó. Otros contemplaron la escena con ojos diferentes, los que, al verlo, murmuraban. Jesús siempre mira así, su mirada es una oferta permanente de renovación, pero, como Zaqueo, hay que aceptar  su mirada. La escena es una confirmación de la búsqueda permanente del Señor.

REFLEXIÓN PASTORAL

    “Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria… Nunca ha tenido el hombre un sentido tan grande de la libertad, y, entre tanto, surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica. Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y su mutua interdependencia…, se ve, sin embargo, dividido gravísimamente por  la presencia de fuerzas contrapuestas. Persisten, en efecto, todavía agudas tensiones políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, y ni siquiera falta el peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo… Afectados por tan compleja situación a muchos de nuestros contemporáneos les atormenta la inquietud, y se preguntan, entre angustias y esperanzas, sobre la actual evolución del mundo” (GS. 4).
    En este contexto, que amenaza con neurotizarnos, es posible que algunos, como nos recuerda hoy san Pablo pierdan la cabeza y se alarmen con supuestas revelaciones de un inminente final, y que otros se hundan en el escepticismo o el derrotismo.
    La palabra de Dios hoy es como un balón de oxígeno, como una inyección de optimismo para tiempos de contradicción y desconcierto. ¡Nada hay irremisiblemente perdido, porque todo tiene una raíz buena y sana: el amor de Dios! “Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho. Si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. ¿Y cómo subsistirían si tú no las hubieses querido? Perdonas a todos porque son tuyos, Señor, amigo de la vida” (1ª lectura). ¡No somos fruto del acaso, sino del Amor!.
    Dios es el gran “amigo de la vida”, es la Vida, que no se complace en la muerte del pecador…, cuya misericordia se extiende de generación en generación…, que espera y busca el retorno de los extraviados… Hay que esperar, incluso y sobre todo, de aquellos que nos parecen malos -“¿quién eres tú para juzgar al prójimo?”- (Sant 4,12); hay que esperarlos y no exasperarlos. Como hizo Jesús, que no vino a condenar sino a salvar, precisamente a los que estaban perdidos.
    Zaqueo pertenecía oficialmente a la mala gente de entonces. “Baja, porque hoy quiero hospedarme en tu casa”, así se adelantó Jesús a Zaqueo. Este nunca hubiera pensado llegar a tanto, se contentaba con verle, sin ser visto, ni por Jesús ni por la gente. Pero Jesús no se contentaba con eso; no había venido a servir de espectáculo; buscaba la persona de aquel hombre y no solo satisfacer su curiosidad. Y al contacto con el amor de Jesús, Zaqueo se redescubre a sí mismo y se convierte. Porque solo el amor redime. La denuncia del mal, si no está encarnada en una voz que ama, puede no ser más que nuevo combustible para la gran pira de la violencia.
    Tender la mano en un gesto amistoso, fraterno y salvador; purificar la mirada para contemplar el mundo con esperanza y amor; trabajar en la medida de nuestras posibilidades para que el mundo se reencuentre en su proyecto original de amor…, pueden ser llamadas de atención que el Señor nos dirige en este momento a través de su palabra.
    Dios nunca pasa de largo; pulsa respetuosamente a la puerta, y “si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20). ¡Abrámosle, acojámosle y, seguramente, que su presencia provocará en nosotros una transformación como la de Zaqueo.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- Mi lectura de la vida, ¿es una lectura esperanzada?
.- ¿Con qué pasión me entrego a “la tarea de la fe?

.-  ¿Acepto en mi vida la mirada de Jesús?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap

lunes, 21 de octubre de 2013

DOMINGO XXX -C-


1ª Lectura: Eclesiástico 35,15b-17. 20-22a

    El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha la súplica del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia.

                        ***                  ***                  ***                  ***
    El perfil de Dios diseñado en este fragmento del libro del Eclesiástico responde al rostro tradicional del Dios de los profetas: volcado al clamor del pobre, sensible a sus demandas. No es que el grito del pobre le motive a actuar -Dios no necesita esa motivación, es misericordioso por naturaleza-, pero le garantiza al oprimido que no clama en el vacío. Ese grito es la profesión de fe en Dios de aquellos que ya la han perdido en todo lo demás.


2ª  Lectura: 2 Timoteo 4,6-8. 16-18

    Querido hermano:
    Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no solo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida.
    La primera vez que me defendí ante el tribunal, todos me abandonaron y nadie me asistió. Que Dios los perdone. Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. El me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. ¡A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén!

                        ***                  ***                  ***                  ***

    ¿En qué momento de la vida de Pablo hay que situar este testimonio? ¿Alude a un final inminente de su vida, o muy cercano,  o al final próximo de su encarcelamiento y  a la “partida”-salida de la cárcel-, para continuar la misión? Los vv 9-18 parecen confirmar la segunda hipótesis. El Apóstol habla ahí de sus planes a realizar. Pablo estaría reconociendo que esa prueba la ha superado, a pesar del abandono, con la ayuda de Dios, de quien espera la recompensa. La enseñanza es clara: Dios no abandona.


Evangelio: Lucas 18,9-14


  En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás:
    Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.
    El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.
    Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    La parábola es propia de san Lucas y puede considerarse un exponente del lema paulino de la justificación por la gracia y no por la obras. El fariseo y el publicano representan dos tipos antagónicos y paradigmáticos. El fariseo busca la autojustificación, el publicano se encomienda a la misericordia de Dios.  La parábola de Jesús invita al autoexamen de conciencia. El final del texto halla paralelos en Lc 14,11; Mt  23,12 y subraya la necesidad de convertirse al evangelio de la humildad y de la gracia.


REFLEXIÓN PASTORAL

     El fariseo era el hombre oficialmente justo (y puede que realmente lo fuera en muchos casos), el publicano era símbolo del pecador (y puede que en muchos casos realmente no lo fuera). Eran, sin embargo, clichés corrientes para catalogar a las personas de entonces. Pero, como toda verdad, tampoco la del hombre se reduce a tópicos y a clichés. “Lo que el hombre es ante Dios, eso es y nada más” decía san Francisco. Y ante Dios se sitúan estos dos “tipos” de hombre.
     “¡Oh Dios mío!”. Así comienzan ambos su oración, pero desde posiciones geográficas y espirituales distintas y distanciadas. El fariseo, erguido, en primera fila; el publicano, atrás, no se atrevía a levantar los ojos… Y desde ahí los caminos se bifurcan y separan.
     El fariseo, aunque diga “Te doy gracias”, no da gracias a Dios: se aplaude a sí mismo. Su oración es imposible porque habla de confrontación con los otros, de distanciamiento, de descalificación y de autodefensa -“no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano”. Comienza invocando a Dios, pero lo ocultó en seguida con su enorme YO, con su propio ídolo. En aquel hombre tan lleno de sí mismo no quedaba espacio para Dios. Se creía santo y por eso hasta su orgullo era santo.
    ¡Pobres santos, quienes confunden la santidad con el cumplimiento legalista; quienes tienen que recordar a Dios que gracias a ellos recibe gloria; quienes necesitan desmarcarse del conjunto para hacerse oír de Dios! ¡Pobres santos, porque no son santos!
    El publicano, menos habituado al templo y a los rezos, que quizás desconocía las leyes religiosas, hace una síntesis más breve de su vida: “Soy un pecador”. Y concede a Dios todo el espacio, todo la iniciativa, todo el protagonismo. Deja que Dios sea Dios, que sea su salvador. Su pequeño yo no eclipsa a Dios. 
    El fariseo entendía la salvación como hechura de sus propias manos; Dios era un simple remunerador. El publicano entendía la salvación como obra de Dios, confiándose a ella esperanzadamente Por eso, “bajó justificado a su casa”, porque dejó que Dios brillara en su vida. Así juzga Dios. 
     La primera lectura nos presenta el perfil del Dios justo. Una justicia que no es “neutralidad” aséptica, sino condescendencia misericordiosa ante las “precariedades” humanas: “Escucha las súplicas del oprimido, no desoye los gritos del huérfano o de la viuda…; sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes”. Para Dios no bastan las “pruebas externas”, que pueden estar amañadas. Dios no mira ni juzga como los hombres. Los hombres juzgan por las apariencias, pero Dios mira al corazón (1 Sam 16,7). 
            Por eso, en la segunda lectura, san Pablo expresa su serenidad ante el momento final, convencido de que su vida de fidelidad y sufrimiento por el evangelio serán acogidos por el Señor, juez justo, que conoce cómo ha corrido hasta la meta. Pero Pablo sabe que todo eso no ha sido por obra suya, sino por la gracia de Dios que ha actuado en él. No le salvará su fidelidad para con Dios sino la fidelidad de Dios para con él. Una fidelidad que exige correspondencia, pero que, por encima de todo, es oferta permanente de misericordia.
             


REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Desde qué espacios vitales hago yo la oración?
.- ¿Puedo decir con san Pablo que estoy combatiendo bien mi combate?
.- ¿Priva en mí la autosuficiencia o la humildad?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap

jueves, 17 de octubre de 2013

DOMINGO XXIX


1ª Lectura: Éxodo 17, 8-13

En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín.
Moisés dijo a Josué: Escoge a unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en la cima del monte con el bastón maravilloso en la mano.
Hizo Josué lo que le decía Moisés y atacó a Amalec; Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte.
Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía bajada, vencía Amalec. Y como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo para sentarse; Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado.
Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada.

                        ***                  ***                  ***                  ***

La “conquista” de la Tierra Santa no se consiguió solo con las armas sino, sobre todo, con la oración. Es lo que quiere destacar este relato. Israel no es el fuerte, el fuerte es Dios. “Unos confían en sus carros…, nosotros confiamos en el Señor” (Sal 20,8). De ahí se deriva una conclusión: esa Tierra es don de Dios, y el pueblo debe vivir allí atento a las exigencias de la voluntad de Dios.

2ª Lectura: IIª Timoteo 3,14-4,2

Querido hermano:
Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado; sabiendo de quien lo aprendiste, y que de niño conoces la Sagrada Escritura: Ella puede darte la sabiduría que por la fe en Cristo Jesús conduce a la salvación. Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud: así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena. Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta con toda comprensión y pedagogía.

                        ***                  ***                  ***                  ***

El texto rezuma un tono pastoral pastoral. Se comienza destacando la importancia de la educación religiosa originada en la familia. Y, sobre todo, se subraya la centralidad de la Palabra de Dios. De ella se afirman aspectos importantes: su inspiración y su carácter pedagógico.  Palabra que debe ser  escuchada, estudiada profundamente y proclamada pedagógicamente.

Evangelio: Lucas 18,1-8
 
 En aquel tiempo, Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”; por algún tiempo se negó; pero después se dijo: “Aunque no temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara”.
Y el Señor respondió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?

                        ***                  ***                  ***                  ***

Consciente de que la inconstancia es uno de los peligros de la oración, Jesús invita a la perseverancia en la misma. La parábola quiere mostrar que si la perseverancia puede cambiar el corazón de un hombre “neutro”, sin sensibilidad religiosa y humana, cuánto más alcanzará el corazón misericordioso de Dios. Pero, ¿a Dios hay que informarle? No. “No ha llegado la palabra a mis labios y ya, Señor, te la sabes toda” (Sal 139,4). ¿Entonces? No oramos para activar la memoria de Dios, sino la propia. Orar nos recuerda temas fundamentales: que somos hijos de Dios y que él es nuestro Padre.
  Jesús nos anima a orar como hijos de Dios y con la temática de los hijos de Dios, que él resumió en el Padrenuestro.


REFLEXIÓN PASTORAL

Dos son los núcleos en los que insisten los textos bíblicos de este domingo: en la importancia de la oración o, mejor, de la perseverancia en la oración. Porque no se trata de algo intermitente ni discontinuo, sino de perseverar en ella como Moisés (1ª lectura) o como la viuda del evangelio. Y en la importancia del estudio y proclamación de la Palabra de Dios (2ª lectura). Dos elementos esenciales: estudio-anuncio de la Palabra de Dios y oración.
La Palabra de Dios no está encadena” (2 Tm 2,9), pero no por falta de intentos. Son muchas las tácticas para acallar, para encadenar la Palabra de Dios: unas violentas y represivas, otras más sutiles y camufladas.
Hay quienes la impugnan frontalmente; quienes la tergiversan y manipulan, sirviéndose de ella mientras da cobertura a sus intereses; quienes la dan por no dicha…., y quienes culpablemente la ignoran.
Pretenden silenciarla sus enemigos, pero, y esto es lo más grave, la silenciamos los propios creyentes. Encadenamos la Palabra de Dios con nuestras rutinas, con nuestra falta de compromiso, con nuestro desconocimiento de la misma. La amordazamos con nuestros silencios y evasiones culpables…
Cargado de cadenas por su predicación del evangelio (2 Tm 2,9; Flp 1,13) , san Pablo proclama que el evangelio no está encadenado, que a la Palabra de Dios no le paralizan las dificultades, las cadenas…; solo la superficialidad, la rutina son paralizadoras.
La palabra de Dios, más bien, es desencadenante, pone en marcha procesos de renovación, de liberación personal y comunitaria. Los testimonios más antiguos de la historia bíblica nos presentan con gran fuerza y plasticidad esta dimensión liberadora y salvadora de la Palabra de Dios, rompedora de esclavitudes y miedos congénitos o impuestos…
En nuestra vida personal y comunitaria deberíamos conceder mayor espacio, tiempo y credibilidad a la Palabra de Dios; así se ampliarían también los espacios de nuestra libertad, porque, inspirada por Dios e inspiradora de Dios, es una palabra pedagógica: “útil para enseñar, corregir, educar”.
Investigad las Escrituras, dijo Jesús, ellas dan testimonio de mí” (Jn 5,39). Estudiar la palabra es un paso imprescindible para conocerla, amarla, orarla y actuarla. No podemos concederle un espacio devocional o marginal, sino un espacio vital y eso significa, entre otras cosas, abrir el Evangelio en todos los momentos de la vida y abrirse al Evangelio en todas las situaciones de la vida.
     Sin olvidar el segundo aspecto: la oración perseverante. Dios siempre escucha, pero lo hace a su manera y a su tiempo. La oración cristiana no tiende a cambiar el plan de Dios, sino a conocerlo y a cumplirlo. Pero sigue en pie la pregunta de Jesús: ¿existirá en la oración ese componente de fe, sin el cual la oración es imposible?
La celebración del DOMUND en este domingo aparece un año más como una llamada a nuestra conciencia cristiana para “orar al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38) y para desde el conocimiento y amor por la palabra de Dios “tomar parte en las duras tareas del evangelio” (II Tm 1,8).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué conocimiento tengo de la palabra de Dios? ¿La leo asiduamente?
.- ¿Qué compromisos trae a mi vida la celebración del DOMUND?
.- ¿Soy perseverante en la oración?

jueves, 10 de octubre de 2013

DOMINGO XXVIII -C-


1ª Lectura: 2 Reyes 5,14-17

    En aquellos días Naamán el sirio bajó y se bañó siete veces en el Jordán, como se lo había mandado Eliseo, el hombre de Dios, y su carne se quedó limpia de la lepra, como la de un niño. Volvió con su comitiva al hombre de Dios y se le presentó diciendo: Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel. Y tú acepta un presente de tu servidor.
Contestó Eliseo: Juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada. Y aunque le insistía rehusó.
Naamán dijo: Entonces que entreguen a tu servidor una carga de tierra, que pueda llevar un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro Dios que no sea el Señor.

                        ***                  ***                  ***                  ***
      Nos encontramos en la sección del 2 libro de los Reyes (cap. 4-6,7) denominada “milagros de Eliseo”, y en ella se quiere acreditar la figura de Eliseo como el profeta de Dios, heredero del “espíritu” de Elías.
Naamán, jefe del ejército del rey de Aram, enfermo de lepra, advertido por una joven israelita, deportada a Aram, de la existencia de un profeta de Dios en Samaría, decidió dirigirse a él, buscando su curación, con cartas de recomendación de su rey y con presentes para, de alguna manera, “comprar” su curación. Tras la liberación de la enfermedad, al querer “compensar” al profeta, Eliseo rehúsa: Dios es gratuito, y su salvación también. Dios no conoce fronteras: su amor las rebasa.

2ª Lectura: 2 Timoteo 2,8-13

      Querido hermano:
      Haz memoria de Jesucristo el Señor, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David. Este ha sido mi Evangelio, por el que sufro hasta llevar cadenas, como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen su salvación, lograda por Cristo Jesús, con la gloria eterna.
     Es doctrina segura:
     Si morimos con él, viviremos con é.
     Si perseveramos, reinaremos con él.
     Si lo negamos, también él nos negará.
     Si somos infieles, él permanece fiel, porque no pueden negarse a sí mismo.

                        ***                  ***                  ***                  ***

     Nos hallamos ante uno testimonio / exhortación de gran trascendencia. Hacer memoria -recordar y proclamar- a Jesucristo debe ser la tarea del cristiano. Una memoria no memorística sino vital, con implicaciones en la vida. Pablo escribe desde la prisión, pero recuerda que podrá encadenarse al mensajero, pero no al mensaje -“la palabra de Dios no está encadenada”-; al contrario, desencadena procesos de libertad y renovación de la vida. El texto seleccionado se concluye  con el fragmento de un antiguo himno cristiano: Cristo configura la existencia cristiana.


Evangelio: Lucas 17, 11-19



     Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a  entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: Jesús Maestro, ten compasión de nosotros.
     Al verlos, les dijo: Id a presentaros a los sacerdotes.
   Y mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo: ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?
  Y le dijo: Levántate, vete: tu fe te ha salvado.

                        ***                  ***                  ***                  ***

     La escena la relata solo san Lucas, aunque el tema de la curación de enfermos de lepra se halla presente en los otros evangelios sinópticos. La enfermedad de la lepra aislaba socialmente. Jesús, curando, integra socialmente y libera de esa impureza ritual. El relato, con todo, más que destacar la curación, destaca la extrañeza de Jesús por la falta de gratitud y por el hecho de que fuera un “extraño”, un samaritano, el que hubiera sabido reconocer la obra de Dios. Los otros nueve fueron curados, pero este, además, por su fe, fue salvado.

REFLEXIÓN PASTORAL

     Dios es gratuito, no se conquista, se entrega; y su voluntad de entrega es universal. Las fronteras étnicas y político-religiosas que levantamos los hombres no llegan hasta Dios, que es Padre de todos, está sobre todos y lo transciende todo. Es el mensaje de la primera lectura. También Naamán, el sirio experimentó la bondad de Dios, y, desde esa bondad, Naamán reconoció al verdadero Dios.
    Entrega y bondad que se hicieron realidad plena en su Hijo, en Jesucristo -“tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo” (Jn 3,16)-, que vino para derribar el muro que separaba a los hombres (Ef 2,14), reuniendo a todos en un gran proyecto familiar -la familia de los hijos de Dios-, la iglesia.
   Nada más contrario al designio de Dios que el sectarismo, la marginación o la automarginación. Y la segunda lectura nos invita a recordarlo: “Haz memoria de Jesucristo”, que asumió y prolongó en su vida el quehacer integrador del Padre, acogiendo a todos, haciendo el bien a todos y muriendo por todos, sin distinciones de credos ni culturas. Es el tema del evangelio.
    Hasta aquí una afirmación fundamental de los textos bíblicos: la salvación es una donación gratuita de Dios, es Dios que se da. Pero hay un segundo elemento a destacar: a la gratuidad corresponde la gratitud.
¡Dar gracias! Hoy, cuando vivimos tan apresurados; cuando parece que nunca llegaremos a tiempo; cuando nos abrimos paso en la vida a codazos, empujones y zancadillas…, no resulta fácil ni frecuente detenerse a agradecer la presencia y la obra de los otros en nuestro entorno, y ni siquiera la presencia y la obra de Dios.
Hemos absolutizado la dimensión productiva del hombre, olvidando otras fundamentales, como la estética, la contemplativa… Hemos alterado profundamente el sentido del trabajo, hasta convertirlo de bendición en opresión, de medio de realización personal en instrumento despersonalizador… Nos hemos incapacitado para descubrir el bien de los otros y la parte que tienen en la construcción de nuestra vida…; por eso vivimos en frecuente tensión: olvidándonosle dar gracias a Dios y a los hombres.
Jesús fue una persona profundamente agradecida, no se le escapaba un detalle: ni un baso de agua dado en su nombre quedará sin recompensa; de ahí que le apenara profundamente la falta de gratitud: “¿No eran diez los curados?;  los otros nueve ¿dónde están?”.
    María fue una mujer agraciada y agradecida. Su canto es la expresión de un corazón sensible: agradece el detalle que Dios tuvo de escogerla para madre de Jesús; la acogida que la dispensarán las generaciones futuras; el que Dios tome parte por los pobres, y se declare contra los opresores poderosos… María hizo de su vida un “magnificat”, un “gracias, Señor”.
    Francisco de Asís fue otro hombre que no pasó de largo por la vida, sirviéndose de las cosas, sino que en todo momento escuchaba y agradecía la voz de Dios presente en el sol, la luna y las estrellas; en el agua y en el fuego; en la vida y en la muerte; en las aves, en los peces… y en el hombre. Por todo decía: “Loado seas, mi Señor”.
   Dar gracias es nuestra vocación. “En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús,  quiere de vosotros” exhorta san Pablo (I Tes 5,18). Es nuestra tarea, pero no es una tarea fácil. Para ello hay que ser contemplativos, personas con una mirada limpia, purificada y purificadora. En no pocas ocasiones las sombras y oscuridades que percibimos en nuestro entorno no son sino la proyección de nuestra oscuridad interior. Solo purificando la mirada hasta el grado de ver a Dios en las cosas, suceso y personas se puede reconocer su verdad íntima y última.
    Dar gracias es acoger, encarnar, interiorizar, vivenciar el don, en nuestro caso la salvación de Dios. Es un ejercicio del corazón y no solo de los labios; es un compromiso real y no solo un cumplido.
    En Cristo, por Cristo y con Cristo agradezcamos el don de la fe, su constante presencia entre nosotros, traducida en salud, trabajo, familia, dolor (también Dios se nos manifiesta en el dolor), y que El no clarifique y purifique la mirada para saber reconocer y agradecer su presencia entre nosotros.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué espacio ocupan en mi vida la gratitud y la gratuidad?
.- ¿Qué procesos desencadena en mi vida la palabra de Dios?
.- ¿Qué memoria hago de Jesucristo en mi vida?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap

jueves, 3 de octubre de 2013

DOMINGO XXVII -C-


1ª Lectura: Habacuc 1,2-3; 2,2-4

    ¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Te gritaré “Violencia”, sin que me salves? ¿Por qué me haces ver desgracias, me muestras trabajos, violencias y catástrofes, surgen luchas, se alzan contiendas?
    El Señor me respondió así: Escribe la visión, grábala en tablillas, de modo que se lea de corrido.
     La visión espera su momento, se acerca su término y no fallará; si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse. El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    El profeta se queja, en nombre del pueblo, de la “inactividad” de Dios ante las desgracias que asolan a la comunidad (desórdenes internos, unidos a la opresión de los caldeos). La respuesta del Señor, consignada en la tabilla, garantiza la intervención salvadora de Dios, pero Dios tiene “su” tiempo. Su aparente retraso es un estímulo y una prueba para la fe, única clave desde la que es posible la lectura de su obrar. San Pablo extraerá de la expresión “el justo vivirá por su fe” su doctrina de la justificación por la fe ((Rom 1,17; Gál 3,11).


2ª Lectura: II Timoteo 1,6-8. 13-14

    Querido hermano:
    Aviva el fuego de la gracia de Dios que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor y por mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te dé. Ten delante la visión que yo te dí con mis palabras sensatas, y vive con fe y amor cristiano. Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    Timoteo es invitado a vivir responsablemente su ministerio: con fe y amor, con valentía, dispuesto a arrostrar los “duros trabajos del Evangelio”. El evangelizador ha de estar dispuesto a dar la cara por el Señor y a traducir la cara del Señor con su vida. Esta carta deja entrever ya la existencia de una polémica antipaulina, por eso le exhorta a “dar la cara por mí, su prisionero”. Es importante destacar la intrahistoria de los escritos bíblicos, para no reducirlos solo a documentos doctrinales.


Evangelio: Lucas 17,5-10
 
    En aquel tiempo, los apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe.
    El Señor les contestó: Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería.
  Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o como pastor, cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “En seguida, ven y ponte a la mesa?”
    ¿No le diréis: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo; y después comerás y beberás tú?” ¿Tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho lo mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    El texto seleccionado consta de dos momentos: Una instrucción sobre la necesidad de la fe, y otra sobre la cualidad del servicio creyente.
    Respecto del primer momento: En el evangelio de san Lucas, la súplica de los Apóstoles motiva la respuesta de Jesús sobre la necesidad de la fe. En el evangelio de san Mateo, sin embargo, ese “dicho” es una réplica de Jesús a la extrañeza de los discípulos por su incapacidad para curar a un enfermo epiléptico. Las verdaderas dimensiones de la fe no son cuantitativas sino cualitativas.
    Respecto del segundo, Jesús advierte cómo ha de ser el servicio del discípulo respecto de las instrucciones del Señor: un servicio humilde y agradecido


REFLEXIÓN PASTORAL

    Actualmente se va incrementando notablemente el número de españoles que se declaran ateos, agnósticos e indiferentes; además de todos aquellos que se manifiestan como creyentes no practicantes. Pero hay algo más preocupante que la mera  estadística: la mayoría de los que se declaran así, fueron un día miembros de la Iglesia; de ella recibieron los sacramentos de la iniciación cristiana y, por rudimentaria que fuera, la catequesis del Evangelio. Y, además, es precisamente este bloque de ciudadanos el que aparece con mayor futuro social y capitaliza el dinamismo de la vida pública.
    ¿Cómo se ha llegado a esta situación? Sin duda que las causas son variadas. ¿Qué se está haciendo para poner freno a esta hemorragia de lo religioso?  Algunos han tomado conciencia del problema, pero a la mayor parte de los católicos esto les (nos) deja despreocupados. Es como si hubiéramos decidido responder con la indiferencia al indiferentismo religioso que nos rodea.
      “El justo vivirá por su fe”, afirma el profeta Habacuc (1ª lectura) ;  “Si tuvierais fe como un granito de mostaza diríais a esa morera: arráncate y plántate en el mar, y os obedecería”, dice Jesús en el Evangelio.  Palabras que hemos de entender correctamente. Nosotros solemos decir que la fe mueve montañas, pero evidentemente la fe no es una fuerza para trasformar la orografía y el paisaje, sino la propia vida.
      “Si tuvierais fe...”;  si tuviéramos fe...
-Buscaríamos ante todo el Reino de Dios...
-Daríamos mayor profundidad a nuestra vida...
-Seríamos capaces de reconocer la presencia de Dios...
-Superaríamos el miedo a “dar la cara por nuestro Señor"..., y la tentación al disimulo.
-Nuestra oración sería más abundante y comprometida...
-Dejaríamos de lamentar el mal, para entregarnos a hacer el bien...
-No nos limitaríamos a  ocupar un asiento en la iglesia, sino que buscaríamos desempeñar una función en ella.
-No nos contentaríamos con oír el Evangelio, sino que  participaríamos “en los duros trabajos del Evangelio”...
       "Si tuvierais fe..." ¿Tan poca fe tenemos? ¿Qué es tener fe? Por supuesto que no es solo creer que Dios existe. “También lo demonios lo creen y tiemblan”, afirma Santiago en su carta (2,19).
         Sin duda que una respuesta ajustada  supone integrar muchos elementos. Propongo un camino sencillo: acercarnos al Evangelio. Conocemos la narración del centurión (Mt 8,5-13). La actitud de aquel militar pagano: “No soy digno de que entres en mi casa...”, admiró a Jesús: “En ningún israelita he encontrado tanta fe”.
        Y no es este el único botón de muestra. Una mujer pagana, cananea (Mt 15,21-28), se acerca a Jesús con una petición: “Ten compasión de mí. Mi hija tiene un demonio muy malo”.  Jesús se hace el huidizo; casi la provoca con un desaire: “No está bien quitarle el pan a los hijos para echárselo a los perros”. La mujer, que es madre, no se rinde ni se ofende: “Cierto, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Y Jesús se entrega: “¡Qué grande es tu fe, mujer!”.
       A Jesús le impresionó y casi desarmó la “fe” de estos dos “no creyentes” oficiales; al tiempo que le decepcionó profundamente la falta de fe de tantos “creyentes de oficio”. En su propio pueblo “se extrañó de aquella falta de fe” (Mc 6,6).
        ¿En qué consiste, entonces, la verdadera fe? ¿Cuál es? Son cuestiones que rehúyen la simplificación de una respuesta apresurada. Al evocar estos hechos, a primera vista paradójicos, mi propósito es invitar a buscar la respuesta. Pero quiero ofrecer una pista: Dios es más que un dogma, y la fe más que una teoría.
    Creer no es solo saber y aceptar intelectual y afectivamente unas verdades; hay que acogerlas efectivamente. Creer es integrar la vida en el designio, en la verdad de Dios, e integrar el designio de Dios, su verdad, en la vida. La fe es acogida y entrega; recepción y donación.         
       Creer es situar la vida en otra dimensión; sentirse profunda, vitalmente captado por Dios. Dejar que él protagonice mi vida. Creer no es tanto opinar cuanto vivir. Habituados a creer creyendo, nos hemos olvidado de creer creando. El justo vive de la fe. “Tu eres nuestra fe” exclamará Francisco de Asís.
      Y una última sugerencia apuntada en el evangelio, “Cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer”. O sea que por creer, por vivir según la fe, a Dios no hay que  pasarle  factura, ni pedirle cuentas; hay que darle gracias.
Como los apóstoles, pidámosle: “Señor, auméntanos la fe”, o como aquel otro personaje del evangelio digámosle: “Señor, creo, pero ven en ayuda de mi poca fe” (Mc 9,24). Con Francisco de Asís oremos: “Dame fe recta”.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cómo vivo la fe? ¿Con gratitud? ¿Con responsabilidad? ¿Con alegría?
.- ¿Pido a Dios crecer en la fe?
.- ¿Cómo afronto las crisis de fe?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.