miércoles, 26 de noviembre de 2014

DOMINGO I DE ADVIENTO -B-


 1ª Lectura: Isaías 63,16b-17.; 64,1.3b-8

    Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es “nuestro redentor”. Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él. Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos. Estabas airado y nosotros fracasamos; aparta nuestras culpas y seremos salvos. Todos éramos impuros; nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa. Y, sin embargo, tú eres nuestro padre; nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano. No te excedas en la ira, Señor, no recuerdes siempre nuestra culpa: mira que somos tu pueblo.

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    Nos hallamos en la tercera parte del libro de Isaías (caps. 56-66). En la existencia anodina de la comunidad posexílica anida el desaliento. Con el aparente eclipse de Dios se hace incómoda la vida, se acrecienta el sentimiento de la culpa y se experimenta la fragilidad creatural. Desde ahí surge esta oración con sentimientos encontrados: por un lado, la conciencia del propio pecado y, por otro, la confianza en que más allá del pecado está el rostro paternal de Dios, capaz de redimir al pueblo de esa situación. La nostalgia de Dios y la certeza de que no fallará a la cita son el alimento de la esperanza del pueblo. Es importante subrayar los títulos de Dios: "nuestro Padre", "nuestro redentor","alfarero"...


2ª Lectura: 1 Corintios 1,3-9

    Hermanos:
    La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros. En mi Acción de Gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús. Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo. De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros en el tribunal de Jesucristo Señor nuestro. Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. ¡Y Él es fiel!

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    Pablo quiere estimular a una comunidad con problemas de identidad y de autoestima. Ser cristiano no es una pena, es una gracia, una riqueza. Y esa gracia y esa riqueza es Jesucristo, cuya vida estamos llamados a compartir. Cristo enriquece la vida. Él debe ser el norte de la existencia y el que guíe la esperanza del creyente. Asentados en la fidelidad de Dios, hay que interpretar la vida, para que en la evaluación final no tengan de qué acusarnos en el tribunal de Jesucristo Señor nuestro. Pablo subraya la paternidad de Dios, que nos ha sido concedida al participar en la vida de su Hijo, Jesucristo.


Evangelio: Marcos 13,33-37

    En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados una tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad!

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    De varias formas Jesús insistió a sus discípulos sobre la necesidad de vivir despejados, preparados, en vela. El cristiano no debe vivir adormilado ni sobresaltado. La vigilancia a la que invita Jesús está asentada en la esperanza de que el Señor vendrá, advirtiendo del peligro de entregarse a actitudes irresponsables ante la vida. La vigilancia no es solo estar a la espera, mirando al cielo, sino esperar dinámicamente, mirando a la vida y transformándola con la vitalidad del Evangelio, gestionando los talentos recibidos. 

REFLEXIÓN PASTORAL

A lo largo de las diversas estaciones -tiempos litúrgicos- de Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario, la Iglesia quiere que los cristianos vivamos e interioricemos el misterio de la salvación, celebrando y meditando sus contenidos y momentos más importantes. No es un volver a empezar, en una especie de “eterno retorno”, sino un continuar hacia adelante en la profundización de la fe y de la vida.
Cada tiempo tiene su “color” y su característica; al  Adviento, le caracteriza el color morado, y la tarea de sensibilizarnos para vivir orientados a Cristo, principio y meta de nuestra esperanza.
Esta es la palabra que recorre y dimensiona las semanas del Adviento: “esperanza”. Es, también, una de las palabras más frecuentes en nuestro lenguaje. La asociamos a la vida; es signo de vida -“Mientras hay vida hay esperanza”-, y causa de vida, porque “mientras hay esperanza hay vida”.
La esperanza es “lo último que se pierde”. Por eso exhortaba el apóstol san Pablo: “No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no  os aflijáis como los que no tienen esperanza” (1 Tes 4,13), y la primera carta de Pedro advertía a estar “dispuestos siempre  para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3,15).
Se trata de vivir con esperanza y dando esperanza. Pero eso no es fácil. Porque en toda espera se está expuesto a confundir, a tergiversar los datos, bien por la impaciencia de conseguir lo esperado o por la desesperación de no conseguirlo, por eso se requiere la lucidez que Jesús recomienda en el Evangelio.
También el creyente sincero, experimenta el silencio de Dios y la sensación de vacío y abandono (1ª lectura): “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases derritiendo los montes con tu presencia!". "Despierta tu poder y ven a salvarnos”, rezamos en el salmo responsorial.
La esperanza cristiana no surge de una mera expectativa humana, sino de una promesa. Su fuente original es Dios. Y “fiel es Dios, el cual os llamó  a la comunión con su hijo Jesucristo, nuestro Señor” (2ª lectura).
Desde ahí, esperar es:
                         * saber que “Tú, Señor, eres nuestro Padre, tu nombre desde siempre es `nuestro Libertador´”               (Is 63,16);
                          * sabernos “nosotros la arcilla  y tú el alfarero…” (Is 64,7);
                          * aceptar que Dios tiene la palabra y reconocérsela;
                          * confiar en Dios y abrirle, de par en par, la puerta de la vida;
                          * dejar que Él pilote nuestra existencia, aún cuando caminemos por cañadas oscuras (Sal                        23,4), porque Él es nuestro pastor (Sal 23,1);
                         * mantener alertas las antenas del espíritu, para percibir la presencia del Señor; para                                desenmascarar las falsas esperanzas.
Esa es la esperanza que nos hace libres y hasta audaces. Si esperamos así, no absolutizaremos lo transitorio; podremos darnos sin esperar recompensas humanas; asumiremos con paz y serenidad las limitaciones, propias y ajenas, el dolor y la misma muerte; trabajaremos generosamente por un mundo mejor y hasta descubriremos el encanto de la dura realidad.
           Adviento es el tiempo del hombre, concebido más como proyecto que como producto; y el tiempo de la Iglesia, que celebra todo, mientras espera “la gloriosa venida” del Señor. Es, pues, nuestro tiempo. ¡Vivámoslo! ¡Que el Señor nos conceda la gracia de saber esperar así, y de sembrar esa esperanza entre los hombres!

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo gestiono la esperanza?
.- ¿Mi vida la anima la nostalgia o la esperanza?
.- ¿Soy consciente y valoro la riqueza de ser cristiano?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 20 de noviembre de 2014

DOMINGO XXXIV -A-: CRISTO REY DEL UNIVERSO



1ª Lectura: Ezequiel 34,11-12.15-17

    Así dice el Señor Dios: Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como un pastor sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentra las ovejas dispersas, así seguiré yo el rastro de mis ovejas; y las libraré sacándolas de todos los lugares donde se desperdigaron el día de los nubarrones y de la oscuridad. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear -oráculo del Señor Dios-. Buscaré las ovejas perdidas, haré volver las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré debidamente. En cuanto a vosotras, ovejas mías, así dice el Señor Dios: He aquí que yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.

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    La imagen del rey-pastor es muy común en el patrimonio literario de Oriente, en general, y del lenguaje profético en particular, especialmente en Jeremías.  El texto seleccionado forma parte de la profecía de Ezequiel contra los pastores (dirigentes) de Israel. Frente al desastre pastoral reinante, Dios revela su plan y su rostro pastoral: un plan de recuperación, gestionado por él mismo. En este texto se encuentran los gérmenes de las imágenes evangélicas del buen pastor (Jn 10,11-18), de la parábola de la oveja perdida (Mt 18,12-14 y par) y del juicio final (Mt 25,32-34).


2ª Lectura: 1 Corintios 15,20-26a.28

    Hermanos:
    Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo como primicia; después, cuando él vuelva, todos los cristianos; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Cristo tiene que reinar, hasta que Dios “haga de sus enemigos estrado de sus pies”. El último enemigo aniquilado será la muerte. Al final, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.


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    El reino de Cristo es un reino de libertad y de vida. Es un reino en proceso de realización. Cristo ya ha hecho el camino y nos ha marcado la ruta. El Reino fue el gran tema de Jesús. Un reino no reductible a una realidad político-social, ni tampoco a un idealismo quimérico; va más allá de la utopía social y de la tentación de identificarlo con una experiencia puramente interior. No tiene fronteras terrenas (Mt 8,11), pero sí ético-religiosas (Mt 7,21; 25,31). Es una realidad espiritual, pero tiene sus signos de credibilidad y comprobación (Lc 4,18). No es extraño a la historia, pero no se identifica, sin más, con ella; no es ajeno a la Iglesia, pero es más que la Iglesia (cf. LG nº 6). Es una realidad profética.  No es un resultante de los esfuerzos humanos  -la semilla crece por sí sola (Mc 4,26ss)-, pero no deja al hombre indiferente ante la urgencia de entrar en él (Mt 7,21) y de difundirlo (Lc 9,1-2). No hace ruido, pero transforma la existencia (Lc 17,20). Es futuro -recapitulación de todas las cosas en Cristo (cf. 1 Cor 15,24-28)-, pero no está desprovisto de un anclaje histórico en cada presente del hombre.  Por una parte designa la gloria y la soberanía de Dios y, por otra, la salvación y la felicidad del hombre. Porque Dios no puede reinar a costa del hombre y de su felicidad, pues “la gloria de Dios es que el hombre viva” (S. Ireneo).


Evangelio: Mateo 25,31-46
                                                   
    En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles con él se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. El separará a unos de otros, como un  pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
    Entonces dirá el rey a los de su derecha: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.
    Entonces los justos le contestarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?
    Y el rey les dirá: Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.
    Y entonces dirá a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no medisteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.
    Entonces también estos contestarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero, o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te asistimos?
    Y él replicará: Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de estos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.
    Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna.

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    Jesús revela su nuevo rostro. Hasta ahí ha llegado él y hasta ahí quiere llevarnos a nosotros, sus discípulos. Con estas palabras abre una nueva “vía contemplativa” basada en la mística de la encarnación. El proyecto de Dios -“hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gen 1,26)- se convierte en “examen” final de los hombres. Si originalmente el mensaje iba dirigido a los discípulos y parece contemplar la “caridad” para con los menos favorecidos de la comunidad, una lectura ulterior, y profundizando en su espíritu, lo abre a todos los hombres, sin fronteras culturales, sociales o religiosas, porque el Dios de Jesús es el Dios del hombre, de todo hombre.


REFLEXIÓN PASTORAL

    Dando culmen al año litúrgico, la Iglesia celebra la fiesta de Cristo rey. Instituida en el año 1925 por el Papa Pío XI, en contextos muy distintos a los nuestros, a algunos esto puede sonarles a imperialismo triunfalista o a temporalismo trasnochado. Es el riesgo del lenguaje; por eso hay que ir más allá, superando las resonancias espontáneas e inmediatas de ciertas expresiones, para captar la originalidad de cada caso.
     La afirmación de la realeza de Cristo se encuentra abundantemente testimoniada en el NT.: Él es el rey (Col 1,15; Col 1,16). Pero, junto a estas afirmaciones, existen otras, también de Cristo Rey: “Vosotros me llamáis el Señor, y tenéis razón, porque lo soy; pues yo, el Señor, os he lavado los pies” (Jn 13,13; Mt 20,28). Y, desde entonces, servir es reinar y reinar es servir.
     Los textos litúrgicos ayudan a esclarecer el sentido de la fiesta que celebramos. El profeta Ezequiel presenta la primera peculiaridad del reinado: no se trata de dominar, sino de salvar (Ez 34,12.16). No se trata de vencer, sino de servir; su capacidad persuasiva no reside en las fuerza de las armas, sino en la originalidad de su amor, siempre nuevo, que se hace peregrino y buscador.
     San Pablo presenta otra característica: es un reino de libres y para la libertad. Una libertad que tiene como fundamento la verdad (Jn 8,32). Un reino de vida, de cuyo horizonte han sido borrados el poder de la muerte y el miedo a la misma (1 Cor 15,55; 1 Jn 3,14).
     El Evangelio destaca una tercera característica: un reino solidario. Jesús ha ligado e identificado su suerte con aquellos que parecen más abandonados de ella: los pobres, los presos, los enfermos..., haciendo del hombre, y particularmente del pobre, un sacramento vivo del Dios vivo.
     Estas son las dimensiones del reinado de Cristo, que nosotros hemos de  trabajar por instaurar en nuestro corazón, primero, y luego en la sociedad. Actuando así tendrá sentido y será honesto pedir: “Venga tu reino” (Mt 6,10).
      ¿Y qué pedimos al orar así? La instauración definitiva en el mundo de aquella situación en la que Dios reciba el honor debido –“todo honor y toda gloria”- y en la que el hombre encuentre el espacio y la posibilidad para realizar su libertad.
        La petición por el Reino es, además, un grito de protesta y de denuncia contra este reino nuestro. Por eso orar por el Reino implica un compromiso: trabajar por él. No sólo es una añoranza, sino una denuncia comprometida de los “señoríos” que oprimen.
     La liturgia de la solemnidad de Cristo Rey formula, en el prefacio de la misa, los rasgos constitutivos de este Reino: “el reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz. Es decir, la lucha contra todo tipo de mentira, contra todo atentado a la vida, contra todo pecado, contra cualquier injusticia, contra la manipulación de la paz y contra la lucha suicida y fratricida del odio.
         ¿Quién puede orar así? Quien no tenga otra aspiración que el Reino (Mt 6,33); ¡pues así hemos de orar!
         
REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué resonancias provoca en mí la expresión “Reino de Dios”?
.- ¿Me siento ciudadano de ese Reino?
.- ¿Cómo lo acredito en mi vida?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 13 de noviembre de 2014

DOMINGO XXXIII -A-


1ª Lectura: Proverbios 31,10-13. 19.20.30-31

    Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella, y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida. Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Extiende la mano hacia el huso, y sostiene con la palma la rueca. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura; la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza.

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    El texto seleccionado forma parte del último capítulo del libro de los Proverbios, dedicado a dibujar y exaltar el perfil de la mujer de valía. En realidad se trata de un canto a la mujer “gestora” del ámbito familiar. Trabajadora, organizadora y provisora… No es este el único perfil femenino en el AT. También la hermosura (aquí ensombrecida) es destacada en otros escritos (Cantar de los cantares) y modelos de mujer (Ester, Susana, Betsabé, Raquel…). De todas formas, se trata de reivindicar su protagonismo social, aunque con las limitaciones propias de aquella cultura.

2ª Lectura: 1 Tesalonicenses 5,1-6

    En lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis, hermanos, que os escriba. Sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: “Paz y seguridad”, entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores del parto a la que está encinta, y no podrán escapar. Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas. Así pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados.

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    Pablo invita a los cristianos de Tesalónica a vivir sensibilizados, pero no obsesionados ni confundidos con el tema del final de la existencia terrena. Esta realidad creada está llamada a ser asumida en la eternidad del amor de Dios, que no será destructivo, sino constructivo. Dios no destruye, recrea. El creyente cristiano ha de vivir con esta fe y esta esperanza, dando sentido a su vida (cf. Ef 1,10; 1 Cor 15,24.28). Ha de vivir despierto.

Evangelio: Mateo 25,14-30

                                                                            

   En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. 
    El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. 
    Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. 
   Se acercó el que había recibido los cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”. 
    Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”. 
    Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui  a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. El señor le respondió: “Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siembro donde no siego y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadle fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”.

                        ***                  ***                  ***                  ***

   La parábola aparece en la sección escatológica del evangelio de Mateo, formando parte de las cinco parábolas de la “parusía” (el ladrón nocturno: 24,43; el mayordomo: 24,45-51; las diez vírgenes: 25,1-13; los talentos: 25,14-30 y el juicio final: 25, 31-46). ¿Era este su lugar original? El acento recae en el tercer servidor, y con ella se denuncia la actitud irresponsable ante los dones recibidos de Dios. Jesús denuncia el bloqueo salvífico que se estaba produciendo en el judaísmo, y advierte de la necesidad de servir positivamente a la voluntad salvadora de Dios. La institución oficial del judaísmo había enterrado el don recibido; no lo había activado; lo "conservaba" enterrado y encerrado. Y esa denuncia/advertencia sigue teniendo validez hoy para la Iglesia y para cada uno de los cristianos. No basta con "conservar", porque la fe es creativa.


REFLEXIÓN PASTORAL

    A medida que nos acercamos al final del año litúrgico, a través de las lecturas y oraciones se nos quiere concienciar sobre la responsabilidad ante los talentos recibidos de Dios y alertar para vivir correctamente una dimensión tan fundamentalmente humana como es el tiempo.
    El pasado domingo, en los textos propios del domingo XXXII, se invitaba a la vigilancia, ante la venida del Señor. Hoy, s. Pablo insiste en el mismo tema: hay que sacudirse la somnolencia que parece caracterizar la vida de no pocos cristianos. Hay que estar vigilantes.
     Pero, ¿cómo? ¿Boquiabiertos, mirando al cielo? Esa actitud fue descalificada por los ángeles el día de la Ascensión (Hch 1,11). ¿Refugiados en rezos interminables? Esta la descalificó el mismo Jesús (Mt 7,21). ¿Inmersos en el compromiso mundano, hasta el punto de desoír la voz de la trascendencia? (Mt 16,26; 6,34)…
     ¿Cómo vivir, entonces, nuestra espera del Señor? ¡Creando! La vocación del hombre es enriquecer con su actuación la obra de Dios.
     Dios ha constituido al hombre señor de la creación; un señorío no despótico, sino de promoción. Pero Dios no se ha retirado definitivamente del mundo. Respeta la obra del hombre, pero llegará la hora del balance. Entonces el hombre, cada uno, tendrá que responder de su gestión. Sin posibilidad de fraudes ni camuflajes. Con claridad y sencillez el relato evangélico de hoy nos ilustra esta verdad: toda inhibición es culpable, mucho más para un creyente (Mt 25,26).
     A un nivel más doméstico, de ama de casa, la primera lectura incide sobre lo mismo. Salvadas las distancias culturales (sería ridículo de acusar de antifeminista al texto) se pone de relieve que la creatividad y la laboriosidad son los ingredientes fundamentales que, unidos al temor de Dios, dignifican una vida y salvan una familia, y no otros adhesivos postizos -dinero, poder, belleza...- con que se camuflan muchas personas.
            Tu poder multiplica la eficacia del hombre
            y crece cada día, entre sus manos, la obra de tus manos.
            “Nos señalaste un trozo de la viña, y nos dijiste: Venid y trabajad...
            Nos mostraste una mesa vacía, y nos dijiste: Llenadla de pan...
            Nos presentaste un campo de batalla, y nos dijiste: Construid la paz...
            Nos sacaste al desierto con el alba, y nos dijiste: Levantad la ciudad...
            Pusiste una herramienta en nuestras manos, y nos dijiste: Es tiempo de crear...”.
    He aquí un programa para vivir nuestra espera, y unas tareas lo suficientemente importantes y urgentes como para dar sentido a nuestro tiempo: Trabajo, pan, paz y convivencia, comenzando por la propia casa, por la propia vida.
     Y una advertencia: "conservar" no es sinónimo de "fidelidad", porque la fidelidad es creativa. Conservar la fe, la esperanza, la vocación..., no basta; hay que activarlas cada día.
    Hoy, por otro lado, celebramos la Jornada de la Iglesia diocesana. Una oportunidad para ahondar en esa experiencia gozosa, pues ser miembros de la Iglesia es uno de los más preciosos dones recibidos del Señor. Y una llamada, también, a descubrir nuestra responsabilidad en la credibilidad de la Iglesia; a servir en ella desde el peculiar estado de vida -todos tenemos misión-, y a embellecer su rostro, “sin mancha ni arruga” (Ef 5,27), al menos eliminando las nuestras.
    El día de la Iglesia diocesana es una oportunidad para avivar nuestro sentido de pertenencia a ella y para conocerla mejor. Tarea con importantes resonancias: espirituales y materiales.
     En una sociedad que camina a la aconfesionalidad oficial, los creyentes católicos hemos de desprendernos de la conciencia de “subvencionados”, y hemos de asumir la honrosa responsabilidad de proveer a las necesidades de la Iglesia, de sus obras y sus proyectos. La colecta que hoy se hace en los templos no es para que la Iglesia sea más rica, ni siquiera menos pobre –no puede dejar de serlo, si quiere ser fiel a Jesucristo-, sino para que pueda servir con dignidad y ayudar a tantas urgencias como golpean a sus puertas.
            Hoy la Iglesia llama, pidiendo, a nuestra puerta, pero a las puertas de la Iglesia todos los días llaman, pidiendo, muchos, y la respuesta de la  Iglesia depende, en buena parte, de la respuesta de cada uno.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo activo los talentos recibido del Señor?
.- ¿Cómo siento a la Iglesia y cómo me siento en ella? ¿Me siento extraño y la siento extraña?
.- ¿Participo, dentro de mis posibilidades, en los proyectos eclesiales diocesanos y parroquiales?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

DOMINGO XXXII -A-: DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN


1ª Lectura: Ezequiel 47,1-2.8-9.12

    En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo. Del zaguán del templo manaba agua hacia levante -el templo miraba a levante-. El agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar. Me sacó por la puerta septentrional y me llevó a la puerta exterior que mira a levante. El agua iba corriendo por el lado derecho. Me dijo: “Estas aguas fluyen hacia la comarca levantina, bajarán hacia la estepa, desembocarán en el mar de las aguas salobres, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida; y habrá peces en abundancia. Al desembocar allí estas aguas, quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente. A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales.

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   Una de las estructuras regeneradas y regeneradoras en la visión del profeta Ezequiel es el templo. De él surgirá una fuente inextinguible de agua purificadora y fecunda. Ya no será la apacible fuente de Siloé (Is 8,6-8), sino una oleada inmensa que todo lo vivifica y purifica, hasta las aguas del Mar Muerto. Este caudal supera a aquel manantial que brotó de la roca del desierto (Ex 17,1-7); es equiparable al caudal del jardín del Edén (Gén 2,10-14), que hace generar frutos maravillosos. Es “agua viva” (Jer 2,13), regalada por el Señor (Sal 65,10).


2ª Lectura: 1 Corintios 3,9c-11.16-17

    Hermanos:
    Sois edificio de Dios. Conforme al don que Dios me ha dado, y, como hábil arquitecto, coloqué el cimiento, otro levanta el edificio. Mire cada uno cómo construye. Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros.

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     Pablo advierte a los cristianos de Corinto sobre los partidismos que están surgiendo en la comunidad. Hay un solo fundamento, Jesucristo. Y el cristiano es edificación de Dios, templo de Dios. La verdad es consoladora, pero las exigencias son retadoras.


 
Evangelio: Juan 2,13-22

    Se acercaba la pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: “Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. Los discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora”. Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?”. Jesús contestó: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Los judíos replicaron: Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero el hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de lo que había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

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    La escena evangélica muestra la no indiferencia de Jesús ante la tergiversación de los espacios y signos religiosos. Mientras los sinópticos sitúan la escena al final de la vida de Jesús, Juan lo sitúa al inicio, a modo de gesto programático. Todo el montaje comercial del que se beneficiaban los dirigentes del templo, había convertido el culto y la casa de Dios en mercado. Mientras en los sinópticos el gesto es interpretado como una acción profética, en Juan hace una clara referencia a los tiempos de la renovación mesiánica: Jesús, más que de purificar,  habla de sustituir el templo. La pascua cristiana aclarará el sentido profundo del gesto. Los discípulos lo entendieron cuando Jesús resucitó de entre los muertos.

REFLEXIÓN PASTORAL

     Este domingo nos depara una sorpresa litúrgica al celebrar la Dedicación de la Basílica de Letrán, la “iglesia madre y cabeza de todas las iglesias”.
     Los textos bíblicos hacen referencia al culto cristiano, y son un punto de partida excelente para una reflexión sobre la Iglesia, como espacio físico y realidad espiritual.
     En primer lugar, y de fuera hacia adentro, no está de más valorar la iglesia edificio material. Ella es un lugar de identificación religiosa: ahí nos reunimos para celebrar la fe, para orar e intimar con Dios y con los hermanos. Espacio de serenidad y signo de la presencia de Dios.  El templo debe ser un lugar por el que todos deberíamos mirar, y al que todos deberíamos mimar como cosa nuestra, como casa nuestra. Por ahí va la primera lectura. El templo es un espacio santo y fuente de vida.
     Pero la reflexión más importante apunta en la dirección de la segunda lectura: “Vosotros sois edificio de Dios”, edificados sobre la piedra angular que es Cristo. Por eso advierte la 1ª Carta de S. Pedro: “Como piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo”. Una tarea de gran responsabilidad: “¡Cada cual mire cómo construye!”.
     Porque si la Iglesia es obra de Dios, también es obra nuestra. Como arquitectura viva y dinámica, hemos de ser el signo que haga presente a Dios a nuestros contemporáneos.
     A través de nosotros, ¿Dios es palabra que invita a una interiorización y humanización de la vida?; ¿es anuncio de alegría para quien no ve más que presagios funestos?; ¿es inquietud y estímulo para el conformista y aburguesado; perdón para el rechazado, y acogida para todo aquel que carece de cobertura humana? ¿Somos la campana que anuncia y alegra la mañana del mundo con su sonido limpio y fresco o la que provoca repulsa con un ruido estridente y monótono, sin conseguir despertar a los adormilados por una cultura nocturna y rutinaria...?
      El fragmento evangélico, finalmente, nos muestra como también los espacios sagrados pueden ser degradados. Jesús ha venido a renovar el culto y el espacio del culto, uniendo todo en su propia persona: él es la alternativa: es el nuevo templo y la nueva ofrenda. Se acabaron los “sucedáneos”, y los “trapicheos”.

      El edificio-templo no puede ser un recinto mágico, sino un espacio para abrirnos a Dios y a los hermanos. El edificio-templo, muy necesario por otra parte, solo tiene sentido si es expresión de comunión y de comunidad, solo si en él se reúnen personas que se saben y se sienten piedras vivas del templo de Dios.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué aprecio tengo yo del templo?
.- ¿Con qué conciencia vivo mi condición de templo de Dios?
.- ¿Con qué responsabilidad entro en la construcción del templo que es la Iglesia?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.