jueves, 24 de marzo de 2016

DOMINGO DE RESURRECCIÓN -C-

1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34a. 37-43

    En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: Hermanos, vosotros conocéis lo que pasó en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa comenzó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    El texto seleccionado forma parte del discurso de Pedro en casa del centurión Cornelio. En él hace una apretada síntesis de la historia de Jesús, desde el bautismo hasta su muerte y resurrección. Subraya su “paso” bienhechor por el mundo, “porque Dios estaba con él”. Destaca su glorificación/resurrección por Dios, y la aparición a los discípulos, convertidos en anunciadores de que Jesús, por su resurrección, es el Señor de vivos y muertos, fuente de perdón para los que creen en él, más allá de connotaciones étnicas o culturales (Hch 10,34-35).

2ª Lectura: Colosenses 3,1-4

    Hermanos:
    Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    La fe en la resurrección es urgencia de vida. En Cristo resucitado el creyente tiene ya un espacio reservado. Vive sacramentalmente unido a Él; esa comunión de existencias se manifestará plenamente cuando “aparezca Cristo” como Señor de la historia. Mientras, el cristiano no debe desorientar su vida ni desorientar con su vida: ha de remitir inequívocamente a Cristo.

Evangelio: Juan 20,1-9

                                              
     El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos donde lo han puesto.                Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró. Llegó también Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    La fe en Cristo resucitado no se apoya en un sepulcro vacío. El sepulcro vacío es un testimonio, una “prueba” secundaria. No es la tumba vacía la que explica la resurrección de Jesús, sino viceversa: la resurrección clarifica a la tumba vacía. Solo el encuentro con el Señor aclarará la vida de los discípulos. Es el IV Evangelio el que ofrece el relato más detallado. Presenta a Pedro y al discípulo amado como testigos privilegiados y destaca el “orden” existente dentro del sepulcro. Allí se ha producido “algo” extraordinario y de momento inexplicable; solo la comprensión de la Escritura lo aclarará.

REFLEXIÓN PASTORAL

    La resurrección de Cristo es el hecho central de nuestra fe: “Si Cristo no ha resucitado vana es vuestra fe” (1 Cor 15,17), pero, frecuentemente, es considerada como un dato lejano en el tiempo. Los cristianos nos hemos habituado a creer y celebrar la resurrección de Cristo sin preguntarnos por su significado existencial. Certificamos su resurrección como certificamos su muerte, y no es lo mismo, pues “su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; más su vida es un vivir para Dios… Pues Cristo, una vez resucitado de entre los muertos ya no muere más” (Rom 6,10.9).
    La muerte de Cristo fue un hecho histórico (dentro de los marcos de la historia); su resurrección, transhistórico (supera esos marcos). La muerte  de Jesús pudieron verificarla los habitantes de Jerusalén; la resurrección solo la creyeron los discípulos. Y esta fe les cambió y complicó radicalmente la vida. Y no solo a ellos.
     “¿Qué hemos de hacer?” (Hch 2,37). Fue la reacción de los oyentes al primer discurso de Pedro sobre la resurrección (Hch 2,14-36).
     Atendiendo al testimonio del libro de los Hechos de los Apóstoles, uno de los efectos de la resurrección de Cristo fue la insurrección de los discípulos. “Les llamaron (los jefes del pueblo) y les mandaron que de ninguna manera hablasen o enseñasen en el nombre de Jesús. Pedro y Juan respondieron: `Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios. Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído” (Hch 4,18-20), pues “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hch 5,29).
      La resurrección de  Jesús hizo saltar los cerrojos de las puertas (Jn 20,19) y lanzó a la calle a un grupo de hombres socialmente irrelevantes (Hch 4,13; cf. 1 Cor 1,27-29), para transformar el mundo con su anuncio.
      La resurrección de Jesús inició una insurrección existencial y social contra lo viejo (2 Cor 5,17; 1 Cor 5,7), contra las obras de las tinieblas (Rom 13,2), contra las obras de la carne (Gál 5,18-21), contra los esquemas mundanos (Rom 12,1-2), contra la mentira (Ef 4,25), contra todo lo que deteriora la convivencia (Col 3,5-9). Insurrección que  culmina en una resurrección a la vida y de la vida (Col 3,9b-16).
     Celebrar la resurrección de Jesús sin experimentar, de alguna manera, la insurrección que implica, es no haber entrado en su dinamismo profundo y liberador.
     Y, junto a esto, la alegría. La resurrección de Cristo, alegría del mundo,  resucitó la alegría. Con su resurrección no solo abrió y vació “su” sepulcro, sino que abrió y vació “los” sepulcros (Mt 27, 51-53) y llenó la ciudad de alegría (Hch 8,8).
          En la resurrección de Cristo, volvió a la vida aquella alegría original y primera del Dios creador -“Vio que todo era muy bueno” (Gen 1,31)-, y que pronto se había visto empañada por el pecado del hombre (Gen 6,5). La resurrección de Jesús devolvió la alegría a Dios y al mundo: Dios volvió a sonreír y el mundo comenzó a vivir.
          “Estad siempre alegres…” (1 Tes 5,16). Pero es posible y realista esta invitación a la alegría en nuestro mundo embadurnado de soledad, hambre, guerra….? Sí, porque Cristo con su resurrección nos ha devuelto la alegría.
      La alegría de la Resurrección es una alegría “motivada”, con raíces e implicaciones muy profundas: es la plenitud del Evangelio, y, además, no es solo la alegría por “su” resurrección, sino por “nuestra” resurrección (Col 3,1, 1 Cor 15), pues en su resurrección hemos resucitado todos.  Y una alegría “motivadora”, portadora de esperanza.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué procesos de renovación personal genera en mi vida la fe en Cristo resucitado?
.- ¿Alegra mi vida la resurrección de Cristo?
.- ¿Soy testigo de esa alegría?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 17 de marzo de 2016

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR -C-

1ª Lectura: Isaías 50,4-7

    Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás. Ofrecía la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.

                                   ***                  ***                  ***

    El texto seleccionado forma parte una sección importante del libro de Isaías, denominada “Cantos del Siervo”. Estamos en tercer “canto”. Más allá de los problemas exegéticos sobre la identidad del “Siervo”, la figura que aparece en este canto es la de un hombre consciente de una misión encomendada por Dios, una misión que le ha destrozado la vida, pero no le ha arrancado la esperanza en el Señor.
    En él se cumplen las palabras del salmo 23,4: “Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo tu cayado me consuela”, o aquellas otras de san Pablo “Sé de quien me he fiado” (2 Tim 1,12). Estos cantos han sido releídos y aplicados, en parte, a la persona de Jesús en el NT y en la liturgia de Iglesia.

2ª Lectura: Filipenses 2,6-11

    Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame:¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.

                                   ***                  ***                  ***

    Nos hallamos ante un himno prepaulino, posiblemente se remonte a la catequesis de san Pedro (Hch 2,36; 10,39). San Pablo lo inserta en su carta a los Filipenses y lo enriquece con aportaciones personales, entre las que destaca la mención a la muerte de cruz. Tampoco puede descartarse en él una alusión a la antítesis Adán-Cristo: mientras uno tiende a “autodivinizarse” (Adán), el otro opta por “rebajarse” (Cristo).
    En el texto  se perciben dos momentos: uno kerigmático, centrado en esa opción del Hijo de Dios manifestada en Jesucristo (Dios y Hombre), que es revalidado por el Padre y convertido en Señor del universo, y otro parenético: exhortación a los cristianos a identificarse con esa opción humilde y de entrega del Hijo de Dios: “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo” (Flp 2,5).


Evangelio: Lucas 22,14-23,56 (Relato de la Pasión)

                                                                         
    Quizá lo distintivo del relato de la Pasión del evangelio de san Lucas sea el  Jesús que traduce: un Jesús que ora, que intercede, que perdona, que da testimonio de su verdad de Hijo de Dios… Un Jesús ejemplo para el discípulo, que ha de llevar cada día su cruz hasta, como él, morir en ella. Y también destaca la presencia de unos personajes ejemplares: el cireneo, caracterizado con las palabras típicas del seguimiento -llevar la cruz detrás de Jesús-, las mujeres compasivas, el ladrón que dialoga en la cruz con Jesús… El relato de la Pasión de san Lucas no es solo una crónica, sino un proyecto, una propuesta, un camino: el camino, la propuesta y el proyecto de Jesús.


REFLEXIÓN PASTORAL

    El Domingo de Ramos nos introduce en la Semana Santa. Dos rostros muestra la liturgia de este día: a) la entrada en Jerusalén, y b) la presentación de la Pasión en una triple versión: narrativa (Evangelio de san Lucas), profética (la figura del Siervo de Isaías) y kerigmática (muerte y resurrección de Cristo, en la carta a los Filipenses).
    La entrada en Jerusalén, seguramente no conmocionó la ciudad, pero sí alertó a los dirigentes. Quienes aclamaban a Jesús serían un reducido grupo de discípulos y simpatizantes galileos. Jesús ya había venido en otras ocasiones a Jerusalén -el IV Evangelio habla de tres-; en las dos primeras subió a celebrar la pascua de los judíos; en esta, la última, subía a celebrar “su” pascua. Y cuidó los detalles. “He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros…” (Lc 22,15).
     Los textos evangélicos subrayan el perfil mesiánico de Jesús, pero Jesús no se durmió en los laureles de las aclamaciones. Ese mismo día, según el texto de san Lucas,  llevó a cabo un gesto profético y político de gran calado: la expulsión de los vendedores del Templo y el enfrentamiento directo con los sumos sacerdotes (Lc 19,45-20,7). ¡La suerte estaba echada!
      En el Domingo de Ramos no debería olvidarse este gesto de Jesús, reivindicando un Templo limpio, abierto, casa donde Dios sea patente y accesible a todos, sin limitaciones étnicas o económicas. Jesús elimina “la planta comercial” del Templo, y al Templo como “comercio”, para reivindicar su dimensión de casa de oración. No deberíamos quedarnos en un entusiasmado agitar de palmas. Hay que leer los signos escogidos por Jesús y su significación profunda.
     Conocida como “Semana de la Pasión del Señor”, deberíamos vivirla  como “semana para renovar la pasión por el Señor”.
     Lo que celebramos en estos días no fue algo que pasó porque sí, sino  por nuestra salvación. Sentirnos directamente implicados, es el modo más responsable de vivirla.
     Si no nos sentimos afectados, quedaremos suspendidos en un vacío vertiginoso. Si nos reconocemos destinatarios e implicados en esa opción radical de amor divino, hallaremos la serenidad y la audacia suficientes para afrontar las más variadas y arriesgadas alternativas de la vida (Rom 8,35-39; cf. 1 Cor 4,9-13). Y hasta qué punto nos sentimos afectados por ese amor de Dios, lo sabremos en la medida en que seamos capaces de amar  como Dios manda, que es lo mismo que amar como Dios ama (Jn 15,12-13).
       Es verdad que no faltan quienes interpretan reductivamente la vida y muerte de Jesús, prescindiendo de esta referencia -por nosotros-. El mismo Jesús temió esta tergiversación o reducción y avanzó unas claves obligadas de lectura. Jesús previó su muerte (Mc 8,31-32; 9,31; 10,33-34 y par.), la asumió (Mc 8,32-33; Jn 11,9-10), la protagonizó (Jn 10,18; Mt 27,48) y la interpretó (Mc 14,24) para que no le arrancaran su sentido, para que no la instrumentalizaran ni la malinterpretaran. Su muerte y su vida estuvieron indisolublemente unidas: un vivir y un morir para Dios y para los otros (cf. Rom 6,10-11; 14,8).
     Si nos desconectamos, o no nos sentimos afectados por su muerte y resurrección, si no vivimos y no vibramos con la verdad más honda de la Semana Santa, las celebraciones de estos días podrán no superar la condición de un “pasacalles” piadoso.
     Si, por el contrario, nos reconocemos destinatarios preferenciales de esa opción radical de amor, directamente afectados e implicados en ella, hallaremos la serenidad y la audacia suficientes para afrontar las alternativas de la vida con entidad e identidad cristianas.
    La Semana Santa no puede ser solo la evocación de la Pasión de Cristo; esto es importante, pero no es suficiente. La Semana Santa debe ser una provocación a renovar la pasión por Cristo. Celebrar la Pasión de Cristo no debe llevarnos solo a considerar hasta dónde nos amó Jesús, sino a preguntarnos hasta dónde le amamos nosotros.
    ¡Todo transcurre en tan breve espacio de tiempo! De las palmas, a la cruz; del “Hosanna”, al  “Crucifícalo”… A veces uno tiene la impresión de que no disponemos de tiempo -o no dedicamos tiempo- para asimilar las cosas. Deglutimos pero no degustamos, consumimos pero no asimilamos la riqueza litúrgica de estos días y la profundidad de sus símbolos, muchas veces banalizados y comercializados.
    La Semana Santa es una semana para hacerse preguntas y para buscar respuestas. Para abrir el Evangelio y abrirse a él. Para releer el relato de la Pasión y ver en qué escena, en qué momento, en qué personaje me reconozco…
     La Semana Santa debe llevarnos a descubrir los espacios donde hoy Jesús sigue siendo condenado, violentado y crucificado, y donde son necesarios “cireneos” y “verónicas” que den un paso adelante para enjugar y aliviar su sufrimiento y soledad.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿En qué paso, con qué personaje de la Pasión me siento más identificado?
.- ¿Me esfuerzo en sentir y consentir con Cristo?
.- ¿Me afecta, de verdad, la Pasión de Cristo?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.


jueves, 10 de marzo de 2016

DOMINGO V -C-

1ª Lectura: Isaías 43,16-21

    Así dice el Señor, que abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, tropa con sus valientes: caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue. No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino en el desierto, ríos en el yermo; me glorificarán las bestias del campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    La memoria regresiva, nostálgica puede impedir la contemplación del futuro que se está generando en el presente, a veces, es cierto, con ambigüedades. El profeta quiere romper con las nostalgias históricas -“Ya está brotando algo nuevo, ¿no lo notáis?”-, e invita al pueblo a desplazarse del pasado al futuro. Un desplazamiento nada fácil, pero necesario. Dios no queda hipotecado por la historia, es el Señor de la historia. Y sus acciones son siempre nuevas y renovadoras.


2ª Lectura: Filipenses 3,8-14

    Hermanos:
    Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía -la de la Ley-, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos. No es que haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo. Y aunque poseo el premio, porque Cristo Jesús me lo ha entregado, hermanos, yo a mí mismo me considero como si aún no hubiera conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome a lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.

                        ***                  ***                  ***                  ***

     Cristo es el referente existencial para Pablo. Lo demás, comparado con su conocimiento, es irrelevante. Él ya ha tomado una decisión por Cristo, pero sabe que aún le queda camino por hacer. No ignora la obra de Dios en él, pero cree que es aún mayor la obra de Dios que le espera. No queda atrapado en el pasado, sino que, lanzado, corre a culminar la carrera. Pablo sigue corriendo.


Evangelio: Juan 8,1-11

                                                                        
    En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
    Los letrados y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras: ¿tú qué dices?
    Le preguntaban esto para ponerlo a prueba. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, hasta el último.
    Y quedó solo Jesús, y la mujer en medio, de pie. Jesús se incorporó y le preguntó: Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado?
    Ella contestó: Ninguno, Señor.
    Jesús dijo: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.

                        ***                  ***                  ***                  ***

     La escena parece encajar mejor en el tono del evangelio de san Lucas. Algunos cuestionan la autenticidad joánica del relato. El enfrentamiento de Jesús con los letrados y fariseos se evidenció de diversas formas. Llamándole “Maestro” quieren contraponer su magisterio con el de Moisés. Pero Jesús no entra a discutir sobre un precepto de la ley. Se remite al argumento personal: les confronta con sus propias vidas, para que actúen no desde la ley sino desde sus vidas. ¿Qué escribía Jesús? Algunos pretenden iluminar el gesto desde un texto de Jeremías (Jer 17,13). El núcleo del relato está en la respuesta de Jesús. Con ella abre a la mujer a un futuro de esperanza, pues si llevas cuanta de los delitos, Señor, ¿quién podrá subsistir?(Sal 130,3).


REFLEXIÓN PASTORAL

            Ahora no se trata de una parábola sino de un hecho. Jesús es puesto en la disyuntiva: o condena (y  su enseñanza sobre la misericordia queda en entredicho) o absuelve (y se coloca en contra de la legislación vigente). No era aquella una situación cómoda. Pero, aún con todo eso, lo más incómodo y enrarecido era el ambiente. Jesús percibe que allí faltaba sinceridad y, sobre todo, no había compasión. Aquella mujer, en realidad, ya había sido juzgada y condenada de antemano.
            Por eso se hizo el desentendido; no quería entrar en aquel juego sucio. Y se puso a escribir en el suelo. ¿Qué escribiría Jesús?  Muchos se lo han preguntado; pero me parece que esa es una pregunta casi frívola y superficial. Una vez  más la curiosidad puede apartarnos de lo esencial.
            Y ante la impaciencia de los acusadores, se limita a decir: El que esté sin pecado.... Y en el fondo aquellos hombres fueron sinceros; entendieron la indirecta; quizá recordaban lo que ya había dicho Jesús en otra ocasión sobre el adulterio del corazón (Mt 5,28)... Y se retiraron sin lanzar una sola piedra.
            Jesús no es un ingenuo: sabe quien es aquella mujer, que en su vida había pecado; que aquella mujer fue durante un tiempo -¿mucho?- moneda de uso y de cambio para satisfacer infidelidades y pasiones… Pero sabe también que aquella mujer no era solo una prostituta sino una mujer prostituida por otros; sabe que no todo es pecado en su vida ni todo el pecado era suyo. Allí había gérmenes buenos en espera de ser despertados y reconocidos. Lo que hace Jesús es mirar a la parte buena de aquel corazón y mirarlo con un corazón limpio.
            Ya solos, dialoga con la mujer. No la recrimina, no la ruboriza con preguntas. No silencia su pecado pero tampoco lo absolutiza. Prefiere alentar a regañar. Y aquella mujer se sintió acogida. No fue juzgada ni prejuzgada. Era consciente de su pecado: eso bastaba. No había que abrumarla con preguntas mortificantes. Necesitaba más comprensión que reprensión... No vuelvas a pecar. Jesús lanza la vida hacia delante, al camino nuevo. No te condeno, porque Dios la ama en su debilidad y por su debilidad. Porque en la medida en que está arrepentida ya fue condenado lo que debía ser condenado: el pecado. Ahora mira adelante... Así es Dios; éste es su estilo. Es  el primer mensaje de este evangelio.
     Pero el comportamiento de Jesús es también un ejemplo de actuación. ¡Somos tan inclinados a sorprender, a denunciar! ¡Cuántas personas se han hundido...! El que esté sin pecado... es una invitación a purificar la mirada, pues para los limpios todo es limpio; para los contaminados nada es limpio, pues su mente y su conciencia están contaminados (Tit 1,15); una invitación  a ser no sólo críticos sino autocríticos. Pero no es una invitación a desentenderse, a pasar por alto o a justificar lo que no está bien. ¡No!    Hoy hay mucha indiferencia disfrazada de tolerancia porque falta mucho amor  al prójimo y a la verdad. El amor nunca es indiferente. Por eso no lo fue Jesús ante el pecado, porque amaba profundamente al pecador. Por eso no condena a la mujer adúltera, pero tampoco legitima su adulterio.
            Desde el ejemplo que Jesús nos ofrece en el evangelio de hoy aprendamos a apropiarnos sus actitudes ante la vida; con la pasión de Pablo, para quien todo era nada con tal de ganar a Cristo y existir en él. Esto no es fácil ni cómodo, pero sólo así se es cristiano de verdad.
            El mensaje de este domingo V de Cuaresma, en el umbral de la Semana Santa nos dice que un futuro mejor es posible, y que ese futuro nos lo trae Jesús con su muerte y resurrección. Hay que abrirse a ese futuro.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué espíritu abordo la competición de la fe?
.- ¿Advierto la primavera de Dios en la vida?
.- ¿Doy oportunidades o sólo exijo responsabilidades?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

jueves, 3 de marzo de 2016

DOMINGO IV DE CUARESMA -C-

1ª Lectura: Josué 5,9a. 10-12

    En aquellos días, el Señor dijo a Josué: Hoy os he despojado del oprobio de Egipto.
    Los israelitas acamparon en Guilgal y celebraron la pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de Jericó. El día siguiente a la pascua, ese mismo día, comieron del fruto de la tierra: panes ácimos y espigas fritas. Cuando empezaron a comer del fruto de la tierra, cesó el maná. Los israelitas ya no tuvieron maná, sino que aquel año comieron de la cosecha de la tierra de Canaán.

                        ***                  ***                  ***                  ***

    La entrada en la Tierra prometida supuso un cambio de situación y de alimentación. Dios continúa guiando la historia del pueblo, abierta ahora a una nueva etapa. La entrada en la tierra de la libertad abre un nuevo capítulo, con nuevos retos. Comienza la conquista de la tierra, que se verificará sobre sobre todo en la conquista de la libertad, la verdadera tierra, desde la fidelidad a Dios y a su palabra.

2ª Lectura: 2ª Corintios 5,17-21

    Hermanos:
    El que es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el servicio de reconciliar. Es decir, Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados, y a nosotros nos ha confiado el mensaje de la reconciliacion. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio nuestro. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no había pecado, Dios le hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la salvación de Dios.

                        ***                  ***                  ***                  ***

     En Cristo tiene lugar el cambio definitivo, el paso de lo viejo a lo nuevo, de la tierra de la esclavitud a la de la libertad. Y eso se traduce en una nueva situación -la conversión- y una nueva alimentación -Cristo como alimento definitivo-. Él es la epifanía más plena de la misericordia de Dios: Dios no pide cuentas de los pecados, sólo ofrece misericordia. Todo el pecado del hombre lo descargó en la vida de su Hijo, para ofrecernos la salvación. Cristo es el punto de encuentro de Dios con los hombres, el agente de la reconciliación.

Evangelio: Lucas 15,1-3. 11-32

                                                                             
    En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los escribas y los fariseos murmuraban entre ellos: Ese acoge a los pecadores y come con ellos.
    Jesús les dijo esta parábola: Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de lo que me toca de la fortuna. El padre les repartió los bienes.
    No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
    Recapacitando entonces se dijo: Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.
    Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo.
    Su hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.
    Pero el Padre dijo a sus criados: Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies, traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete; porque este hijo mí estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado. Y empezaron el banquete.
    Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y, llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Este le contestó: Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.
    Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.
    El padre le dijo: Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado.

                        ***                  ***                  ***                  ***

     Esta parábola forma parte de la trilogía conocida como “parabolas de la misericordia” que configuran el cap. 15 del evangelio de Lucas. Y son respuesta a la crítica de escribas y fariseos sobre la praxis abierta y misricordiosa de Jesús. Amenazada por una escucha rutinaria, la parábola exige una relectura desde claves profundas. En ella Jesús advierte de la equivocación de confundir a Dios Padre con un dios patrón, de buscar la realización personal lejos de la casa del Padre. También alerta de presencias que, en realidad, son ausencias (es el caso del hermano mayor).
     Desde ella somos invitados a identificar al Dios en quien creemos (¿es un Dios meramente remunerador, o es un Dios salvador?), y a identificarnos ante él. Qué experiencia tenemos de Dios y qué experiencia tenemos del hermano. Los paradigmas filiales de la parábola no son, en manera alguna, ejemplares. Pero hay otro Hijo, el parabolista, que es con quien hemos de procurar identificarnos, apropiándonos sus sentimientos (Flp 2,5), aprendiendo de él (Mt 11,29). Es el hermano que no “se entristece”, sino que se goza con el regreso del hermano perdido. Es el verdadero narrador del Padre, a quien conoce por dentro.
    
REFLEXIÓN PASTORAL

     Escribía Charles Peguy: “Todas las parábolas son hermosas, todas las parábolas son grandes. Pero con esta, millares y millares de hombres han llorado”.
      Muchas veces comentada, esta parábola resulta, sin embargo, inagotable en su capacidad de sugerencias. No basta la explicación exegética. Solo se comprende desde la oración. Es una parábola para ser “orada”. Nos revela el núcleo de Dios, que no está pidiendo cuentas de los pecados (2 Cor 5,17-21); no es un Dios al acecho. Es Padre misericordioso. Esta parábola es, además, una invitación a examinar nuestra experiencia de filiación y de fraternidad.   
     Un hombre tenía dos hijos. Un día el más pequeño, en el estallido de su juventud, prefirió la aventura de sus sueños a la aparente monotonía del hogar y del amor paternos; quería experiencias nuevas... y pidió la parte de su herencia. No sin dolor el padre  accedió. Y es que el respeto de Dios por la libertad del hombre es casi escandaloso.
      Abandonó la casa, se entregó a la evasión..., y se arruinó. Abandonado de todos, no le abandonó un recuerdo, el de la casa de su padre. Curiosamente no su padre; y es que en el fondo le movía el hambre no el amor. Pero lo importante es que la luz entró en su alma aunque fuera por aquella  ventana. Decide volver, con un discurso preparado: “Padre, he pecado, no merezco llamarme hijo tuyo...” ¡No conocía a su padre! Quien desde que marchó no hizo otra cosa que esperarle, saliendo todos los días al camino. Y, a pesar de la edad, quizá con la vista cansada, le reconoció de lejos, porque se ve de verdad cuando se mira con el corazón. Nadie que no hubiera sido su padre le habría reconocido.
      Se había marchado bien vestido, y volvía envuelto en harapos. Pero su padre le conoció, le presintió de lejos. Y corrió a él; no supo esperar. Y es que mientras el arrepentimiento anda a paso lento, la misericordia de Dios corre veloz. Manifiesta más necesidad el padre de perdonar que el hijo de ser perdonado. Con el perdón el hijo recupera la comodidad, el padre el corazón; el muchacho volverá a poder comer, el padre volverá a poder dormir.
      El padre no pregunta los porqués de la marcha y del regreso. Eso se sabrá luego, o nunca. Lo que importa es que ha vuelto. Y comienza la fiesta.
      Pero había otro hermano, el que se había quedado en casa. Al regresar del campo le sorprende la fiesta. No adivina que tal alegría solo puede tener un motivo: el regreso de su hermano. Tuvo que preguntar, y al enterarse, se indignó. ¡No podía ser! ¡Aquello no era justo! Si llega a saber esto, también él hubiera hecho lo mismo...Y no quería entrar. Por lo que también a este hijo tiene el padre que salir a buscarlo. 
Amargado pasa factura a su padre: “Tanto tiempo que te sirvo…”; y lo que es peor, se desmarca de su hermano: “Cuando ha venido ese hijo tuyo...”. Fue lo que más debió doler al Padre, que no supiera o no pudiera llamar hermano a su hermano. Pero no se desalentó; también para este hijo mayor era la fiesta.  “Hijo, deberías alegrarte”. Porque haber estado siempre en casa del padre no es para lamentarlo.
       No deja de ser triste la situación de este padre. Es el único que ama en la parábola. El hijo menor regresa más por hambre que por amor; el mayor es incapaz de comprender. ¿Es que es imposible amar desinteresadamente, sin prefijos?  DIOS AMA ASÍ, y ASÍ HEMOS DE AMAR.
   El Dios que nos revela Jesús y que se revela en él es un Dios de puertas abiertas y de corazón abierto. Un Dios Padre que no discrimina, siempre disponible a la acogida gozosa de los hijos. Un Dios que solo sabe ser y ejercer de Padre misericordioso. Es su estilo, que debe ser el nuestro. Ahí está la novedad cristiana.
     Una historia de amor bella y dramática. Una historia que todos hemos de leer, contemplar y guardar esta foto del Padre en la cartera, cerca del corazón, para ver si al contacto con ella nuestro corazón comienza a latir al compás del suyo. Una lección importante para este cuarto domingo de Cuaresma.

REFLEXIÓN PASTORAL
.- ¿De qué modelo de hijo estoy más cerca?
.- ¿Siento a Dios como “Padre” o como “patrón”?
.- ¿Me alegra el bien del otro?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.