miércoles, 22 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXIV -A-: CRISTO REY DEL UNIVERSO

1ª Lectura: Ezequiel 34,11-12.15-17

    Así dice el Señor Dios: Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como un pastor sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentra las ovejas dispersas, así seguiré yo el rastro de mis ovejas; y las libraré sacándolas de todos los lugares donde se desperdigaron el día de los nubarrones y de la oscuridad. Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear -oráculo del Señor Dios-. Buscaré las ovejas perdidas, haré volver las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré debidamente. En cuanto a vosotras, ovejas mías, así dice el Señor Dios: He aquí que yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.

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    La imagen del rey-pastor es muy común en el patrimonio literario de Oriente, en general, y del lenguaje profético en particular, especialmente en Jeremías.  El texto seleccionado forma parte de la profecía de Ezequiel contra los pastores (dirigentes) de Israel. Frente al desastre pastoral reinante, Dios revela su plan y su rostro pastoral: un plan de recuperación, gestionado por él mismo, con solicitud y ternura entrañables. En este texto se encuentran los gérmenes de las imágenes evangélicas del buen pastor (Jn 10,11-18), de la parábola de la oveja perdida (Mt 18,12-14 y par) y del juicio final (Mt 25,32-34).


2ª Lectura: 1 Corintios 15,20-26a.28

    Hermanos:
    Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo como primicia; después, cuando él vuelva, todos los cristianos; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Cristo tiene que reinar, hasta que Dios “haga de sus enemigos estrado de sus pies”. El último enemigo aniquilado será la muerte. Al final, cuando todo esté sometido, entonces también el Hijo se someterá a Dios, al que se lo había sometido todo. Y así Dios lo será todo para todos.


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    El reino de Cristo es un reino de libertad y de vida. Es un reino en proceso de realización. Cristo ya ha hecho el camino y nos ha marcado la ruta. El Reino fue el gran tema de Jesús. Un reino no reductible a una realidad político-social, ni tampoco a un idealismo quimérico; va más allá de la utopía social y de la tentación de identificarlo con una experiencia puramente interior. No tiene fronteras terrenas (Mt 8,11), pero sí ético-religiosas (Mt 7,21; 25,31). Es una realidad espiritual, pero tiene sus signos de credibilidad y comprobación (Lc 4,18). No es extraño a la historia, pero no se identifica, sin más, con ella; no es ajeno a la Iglesia, pero es más que la Iglesia (cf. LG nº 6). Es una realidad profética.  No es un resultante de los esfuerzos humanos  -la semilla crece por sí sola (Mc 4,26ss)-, pero no deja al hombre indiferente ante la urgencia de entrar en él (Mt 7,21) y de difundirlo (Lc 9,1-2). No hace ruido, pero transforma la existencia (Lc 17,20). Es futuro -recapitulación de todas las cosas en Cristo (cf. 1 Cor 15,24-28)-, pero no está desprovisto de un anclaje histórico en cada presente del hombre.  Por una parte designa la gloria y la soberanía de Dios y, por otra, la salvación y la felicidad del hombre. Porque Dios no puede reinar a costa del hombre y de su felicidad, pues “la gloria de Dios es que el hombre viva” (S. Ireneo).


Evangelio: Mateo 25,31-46

    En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre y todos los ángeles con él se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. El separará a unos de otros, como un  pastor separa las ovejas de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
    Entonces dirá el rey a los de su derecha: Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.
    Entonces los justos le contestarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?
    Y el rey les dirá: Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.
    Y entonces dirá a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no medisteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.
    Entonces también estos contestarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero, o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te asistimos?
    Y él replicará: Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de estos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.
    Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna.

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    Jesús revela su nuevo rostro. Hasta ahí ha llegado él y hasta ahí quiere llevarnos a nosotros, sus discípulos. Con estas palabras abre una nueva “vía contemplativa” basada en la mística de la encarnación. El proyecto de Dios -“hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gén 1,26)- se convierte en “examen” final de los hombres. Si originalmente el mensaje va dirigido a los discípulos y parece contemplar la “caridad” para con los menos favorecidos de la comunidad, una lectura ulterior, y profundizando en su espíritu, lo abre a todos los hombres, sin fronteras culturales, sociales o religiosas, porque el Dios de Jesús es el Dios del hombre, de todo hombre.


REFLEXIÓN PASTORAL

    Dando culmen al año litúrgico, la Iglesia celebra la fiesta de Cristo rey. Instituida en el año 1925 por el Papa Pío XI, en contextos muy distintos a los nuestros, a algunos esto puede sonarles a imperialismo triunfalista o a temporalismo trasnochado. Es el riesgo del lenguaje; por eso hay que ir más allá, superando las resonancias espontáneas e inmediatas de ciertas expresiones, para captar la originalidad de cada caso.
     La afirmación de la realeza de Cristo se encuentra abundantemente testimoniada en el NT.: Él es el rey (Col 1,15; Col 1,16). Pero, junto a estas afirmaciones, existen otras, también de Cristo Rey: “Vosotros me llamáis el Señor, y tenéis razón, porque lo soy; pues yo, el Señor, os he lavado los pies” (Jn 13,13; Mt 20,28). Y, desde entonces, servir es reinar y reinar es servir.
     Los textos litúrgicos ayudan a esclarecer el sentido de la fiesta que celebramos. El profeta Ezequiel presenta la primera peculiaridad del reinado: no se trata de dominar, sino de salvar (Ez 34,12.16). No se trata de vencer, sino de servir; su capacidad persuasiva no reside en las fuerza de las armas, sino en la originalidad de su amor, siempre nuevo, que se hace peregrino y buscador.
     San Pablo presenta otra característica: es un reino de libres y para la libertad. Una libertad que tiene como fundamento la verdad (Jn 8,32). Un reino de vida, de cuyo horizonte han sido borrados el poder de la muerte y el miedo a la misma (1 Cor 15,55; 1 Jn 3,14).
     El Evangelio destaca una tercera característica: un reino solidario. Jesús ha ligado e identificado su suerte con aquellos que parecen más abandonados de ella: los pobres, los presos, los enfermos..., haciendo del hombre, y particularmente del pobre, un sacramento vivo del Dios vivo.
     Estas son las dimensiones del reinado de Cristo, que nosotros hemos de  trabajar por instaurar en nuestro corazón, primero, y luego en la sociedad. Actuando así tendrá sentido y será honesto pedir: “Venga tu reino” (Mt 6,10).

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Qué resonancias provoca en mí la expresión “Reino de Dios”?
.- ¿Me siento ciudadano de ese Reino?
.- ¿Cómo lo acredito en mi vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.


jueves, 16 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXIII -A-

1ª Lectura: Proverbios 31,10-13. 19.20.30-31

    Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella, y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida. Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Extiende la mano hacia el huso, y sostiene con la palma la rueca. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza.

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    El texto seleccionado forma parte del último capítulo del libro de los Proverbios, dedicado a dibujar y exaltar el perfil de la mujer de valía. En realidad se trata de un canto a la mujer “gestora” del ámbito familiar. Trabajadora, organizadora, provisora…y benefactora y socialmente sensible a las necesidades de los pobres. No es este el único perfil femenino en el AT. También la hermosura y el protagonismo político (aquí silenciado) es destacada en otros escritos (Cantar de los cantares) y modelos (Judit, Ester, Susana, Betsabé, Raquel…). De todas formas, se trata de reivindicar el protagonismo social de la mujer, aunque con las limitaciones propias de aquella cultura.

2ª Lectura: 1 Tesalonicenses 5,1-6

    En lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis, hermanos, que os escriba. Sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: “Paz y seguridad”, entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores del parto a la que está encinta, y no podrán escapar. Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas. Así pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados.

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    Pablo invita a los cristianos de Tesalónica a vivir sensibilizados, pero no obsesionados ni confundidos con el tema del final de la existencia. Esta realidad creada está llamada a ser asumida en la eternidad del amor de Dios, que no será destructivo, sino constructivo. Dios no destruye, recrea. El creyente cristiano ha de vivir con esta fe y esta esperanza, dando sentido a su vida (cf. Ef 1,10; 1 Cor 15,24.28). Ha de vivir despierto.

Evangelio: Mateo 25,14-30
                                                    

     En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. 
     Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido los cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”. Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”.
    Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”. Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor”.
    Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui  a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”. El señor le respondió: “Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siembro donde no siego y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadle fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”.

                                       ***             ***             ***            

   La parábola aparece en la sección escatológica del evangelio de Mateo, formando parte de las cinco parábolas de la “parusía” (el ladrón nocturno: 24,43; el mayordomo: 24,45-51; las diez vírgenes: 25,1-13; los talentos: 25,14-30 y el juicio final: 25, 31-46). ¿Era este su lugar original? El acento recae en el tercer servidor, y con ella se denuncia la actitud irresponsable ante los dones recibidos de Dios. Jesús denuncia el bloqueo salvífico que se estaba produciendo en el judaísmo, y advierte de la necesidad de servir positivamente a la voluntad salvadora de Dios. La institución oficial del judaísmo ha enterrado el don recibido; no lo ha activado. Y esa denuncia/advertencia sigue teniendo validez hoy para la Iglesia y para cada uno de los cristianos. Ser “conservador” no equivale a ser “fiel”, porque la fidelidad es creativa.


REFLEXIÓN PASTORAL

    A medida que nos acercamos al final del año litúrgico, a través de las lecturas y oraciones se nos quiere concienciar sobre la responsabilidad ante los talentos recibidos de Dios, y alertarnos para vivir correctamente una dimensión tan fundamentalmente humana como es el tiempo.
    El pasado domingo se nos invitaba a la vigilancia ante la venida del Señor. Hoy, san Pablo insiste en el mismo tema: hay que sacudirse la somnolencia que parece caracterizar la vida de no pocos cristianos. Hay que estar vigilantes.
     Pero, ¿cómo? ¿Boquiabiertos, mirando al cielo? Esa actitud fue descalificada por los ángeles el día de la ascensión (Hch 1,11). ¿Refugiados en rezos interminables? Esta la descalificó el mismo Jesús (Mt 7,21) ¿Inmersos en el compromiso mundano, hasta el punto de desoír la voz de la trascendencia?  "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo...?" (Mt 16,26; 6,34)…
     ¿Cómo vivir, entonces, nuestra espera del Señor? ¡Creando! La vocación del hombre es enriquecer con su actuación la obra de Dios.
     Dios ha constituido al hombre señor de la creación; un señorío no despótico, sino de promoción. Pero Dios no se ha retirado definitivamente. Respeta la obra del hombre, llegará la hora del balance. Entonces cada uno, tendrá que responder de su gestión. Sin posibilidad de fraudes ni camuflajes. Con claridad y sencillez el evangelio de hoy nos ilustra esta verdad: Toda inhibición es culpable, mucho más para un creyente -"Sabías que cosecho donde no sembré..."(Mt 25,26)-.
     A un nivel más doméstico, de ama de casa, la primera lectura incide sobre lo mismo. Salvadas las distancias culturales (sería ridículo acusar de antifeminista al texto) se pone de relieve que la creatividad, la laboriosidad y la preocupación por los necesitados son los ingredientes fundamentales que, unidos al temor de Dios, dignifican una vida y salvan una familia, y no otros adhesivos postizos -dinero, poder, belleza...- con que se camuflan muchas personas.
         Tu poder multiplica la eficacia del hombre
            y crece cada día, entre sus manos, la obra de tus manos.
         “Nos señalaste un trozo de la viña, y nos dijiste: Venid y trabajad...
         Nos mostraste una mesa vacía, y nos dijiste: Llenadla de pan...
         Nos presentaste un campo de batalla, y nos dijiste: Construid la paz...
         Nos sacaste al desierto con el alba, y nos dijiste: Levantad la ciudad...
         Pusiste una herramienta en nuestras manos, y nos dijiste: es tiempo de crear...”.
    He aquí un programa para vivir nuestra espera, y unas tareas lo suficientemente importantes y urgentes como para dar sentido a nuestro tiempo: Trabajo, pan, paz y convivencia, comenzando por la propia casa, por la propia vida.
    Y una advertencia: Ser “conservador” no equivale a ser fiel; porque la fidelidad es creativa. Conservar la fe, la vocación… no basta; hay que activarlas.

REFLEXIÓN PERSONAL

¿Cómo gestiono los talentos recibidos?
¿Mi esperanza  es  creativa?
¿Dinamiza la fe mi vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Domingo XXXII –A-

1ª Lectura: Sabiduría 6,13-17


    Radiante e inmarcesible es la sabiduría; fácilmente la ven los que la aman y la encuentran los que la buscan. Se anticipa a darse a conocer a los que la desean. Quien temprano la busca no se fatigará, pues a su puerta la hallará sentada. Pensar en ella es prudencia consumada, y quien vela por ella, pronto se verá sin afanes. Ella misma busca por todas partes a los que son dignos de ella; en los caminos se les muestra benévola y les sale al encuentro en todos us pensamientos.

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    El texto seleccionado forma parte de la segunda sección del libro de la Sabiduría, donde se aborda su origen, naturaleza y medios para adquirirla. Su personificación remite a una elevada concepción de la misma: ella misma busca al hombre y se ofrece a él… Estos textos son ya un avance de la verdadera y definitiva Sabiduría de Dios manifestada en Jesucristo (1 Cor 1,24).        

2ª Lectura: 1ª Tesalonicenses 4,12-17

    Hermanos:
    No queremos que ignoréis la suerta de los difuntos, para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pue si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él. Esto es lo que os decimos como Palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para su venida, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues mutuamente con estas palabras.

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   La comunión con Cristo no termina en esta vida; es una comunión de por vida, para siempre. Es la afirmación fundamental. Pablo, cuando escribe esta carta, consideraba casi inminente la venida del Señor, por eso admite la posibilidad de que le encuentre aún con vida en este mundo. Posteriormente modulará su pensamiento al respecto. En todo caso, queda firme la doctrina: los que hemos creido y seguido con fidelidad a Cristo en esta vida, “estaremos siempre con el Señor”.


Evangelio: Mateo 25,1-13

    En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.
    A media noche se oyó una voz: “¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!”     
    Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: “Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”. Pero las sensatas contestaron: “Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”.
    Mientras iban a comprarlo llegó el esposo y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él respondió: “Os lo aseguro: no os conozco”.
     Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.

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      Esta parábola aparece sólo en san Mateo, pero encuentra paralelos de fondo en Lc 12,35-38 y Mt 24,45-51. Es una parábola del Reino, comparado no con las diez vírgenes sino con una boda. Idea, por otra parte, muy común. San Mateo la interpretó como referida a la parusía (v 13), convirtiéndola en una llamada a la vigilancia, y la alegorizó: el esposo es Cristo; las jóvenes representan a los cristianos; la escena última, el juicio; el retraso del novio, la indeterminación del tiempo final; la exclusión de las necias, el castigo… El sentido original de la parábola sería la afirmación de la llegada inesperada, pero cierta, del novio al banquete de bodas, y no tanto una exhortación a la vigilancia (esto pertenecería a la labor redacional del evangelista, lo que no falsea el sentido, pero conviene advertirlo).

REFLEXIÓN PASTORAL             
      La palabra de Dios nos sitúa hoy ante un gran tema: saber discernir, saber interpretar, saber vivir la vida, en sus dos polos fundamentales: la vida y la muerte.
    De ambas realidades existen lecturas, interpretaciones diferentes y hasta contradictorias, lo que demuestra que son discutibles, aunque inevitables.
         Saber morir.  “El que no sabe morir mientras vive es vano y loco...”, escribió José Mª Pemán en un poema denso de humanidad y fe.  “Loado seas, mi Señor, por la hermana muerte corporal, de la que ningún mortal puede escapar”, cantaba san Francisco de Asís. “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”, afirmó Jesús.
         En nuestra sociedad se pretende disimular y hasta deshumanizar la muerte. Es una paradoja que nunca una sociedad produjera tanta muerte y, al mismo tiempo, pretenda ignorarla, camuflarla y hasta narcotizarla. Pero las realidades no desaparecen porque nosotros les demos la espalda. Y no es infrecuente dar la espalda a realidades que tenemos de frente y que, por lo mismo, hay que afrontar. A veces ese intento de evitar el tema no es otra cosa que una huida, un intento acallar y desoír los interrogantes que plantea.
         “No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis como los hombres que no tienen esperanza”, nos recuerda san Pablo. El creyente debe saber interpretar, desde su fe en el Señor resucitado, esa realidad fundamental de la vida, que es la muerte.
         Y desde su fe debe saber interpretar la vida. La vida es un don de Dios, que debemos acoger con responsabilidad y gratitud. Vivir no es un pasatiempo, no es consumir días rutinariamente. El tiempo de la vida es un tiempo de trabajo, de posibilidades y de responsabilidades. ¡Cuantas veces, urgidos por lo inmediato, inmersos en lo provisorio, tergiversamos la vida! ¡Cuántas veces vivimos como las jóvenes necias de la parábola evangélica, adormilados, sin aceite ni luz en nuestras lámparas! ¡Como los hombres que no tienen esperanza!
         Y cuando se nos recuerda lo equivocado de esa actitud y la necesidad de cambiar, respondemos con un “no me sermonees”, “ya habrá tiempo para eso”, “hay que disfrutar de la vida”... En definitiva, siempre remitimos a un “mañana..., para lo mismo responder mañana”.
         Jesús nos recuerda hoy en el evangelio que hay que vivir en vela, preparados. Puede ocurrir, si no, que cuando nosotros creamos llegado ese mañana, ya sea tarde; que, cuando nosotros creamos que es tiempo de pulsar a la puerta del banquete y aleguemos nuestro derecho a entrar, alguien nos diga. “Nos os conozco”.
     Reunidos en torno al altar, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador, Jesucristo, pidámosle a Dios la sabiduría y la clarividencia que viene de Él  (1ª lectura) para interpretar cristianamente la vida y vivir cristianamente la muerte (2ª lectura).
      Hoy celebramos la Jornada de la Iglesia diocesana. Una oportunidad para ahondar en esa experiencia gozosa, pues ser miembros de la Iglesia es uno de los más preciosos dones recibidos del Señor. Y una llamada, también, a descubrir nuestra responsabilidad en la credibilidad de la Iglesia; a servir en ella desde el peculiar estado de vida -todos tenemos misión-, y a embellecer su rostro, “sin mancha ni arruga” (Ef 5,27), al menos eliminando las nuestras.
    El día de la Iglesia diocesana es una oportunidad para avivar nuestro sentido de pertenencia a ella y para conocerla mejor. Tarea con importantes resonancias: espirituales y materiales.
     En una sociedad que camina a la aconfesionalidad oficial, los creyentes católicos hemos de desprendernos de la conciencia de “subvencionados”, y hemos de asumir la honrosa responsabilidad de proveer a las necesidades de la Iglesia, de sus obras y sus proyectos. La colecta que hoy se hace en los templos no es para que la Iglesia sea más rica, ni siquiera menos pobre –no puede dejar de serlo, si quiere ser fiel a Jesucristo-, sino para que pueda servir con dignidad y ayudar a tantas urgencias como golpean a sus puertas.
         Hoy la Iglesia llama, pidiendo, a nuestra puerta, pero a las puertas de la Iglesia todos los días llaman, pidiendo, muchos, y la respuesta de la  Iglesia depende, en buena parte, de la respuesta de cada uno.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo vivo la vida?
.- ¿Cómo siento a la Iglesia y cómo me siento en ella? ¿Me siento extraño y la siento extraña?

.- ¿Participo, dentro de mis posibilidades, en los proyectos eclesiales diocesanos y parroquiales? 

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.




miércoles, 1 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXI -A-


 1ª Lectura: Malaquías 1,14b-2,2b.8-10

   Yo soy el Rey soberano, dice el Señor de los ejércitos; mi nombre es temido entre las naciones. Y ahora os toca a vosotros sacerdotes: Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la Ley, habéis invalidado mi alianza con Leví -dice el Señor de los ejércitos-. Pero yo os haré despreciables y viles ante el pueblo por no haber guardado mis caminos y porque os fijáis en las personas al aplicar la ley. ¿No tenemos todos un solo Padre? ¿No nos creó el mismo Señor? ¿Por qué, pues, el hombre despoja a su prójimo profanando la alianza de nuestros padres?

                            ***             ***             ***

    Con un espíritu que recuerda al Deuteronomio y a Ezequiel, el profeta afirma que no es posible burlarse de Dios, que exige de su pueblo, y especialmente de sus dirigentes espirituales, religión interior y pureza. En el pueblo de Dios hay una igualdad básica, derivada de la paternidad de Dios, que genera la fraternidad interhumana.
 

2ª Lectura: 1ª Tesalonicenses 2,7b-9.13

    Hermanos:
    Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no solo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor. Recordad, si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios. También, por nuestra parte, no cesamos de dar gracias a Dios porque al recibir la Palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes.

                             ***                  ***                   ***

   Pablo muestra su estilo evangelizador, un estilo maternal, impregado de delicadeza. Evangelizar no es solo entregar “doctrina”, sino entregarse personalmente, visibilizando con la vida y en la vida la verdad del Evangelio. Pablo no vivió del Evangelio sino para el Evangelio. Y así debe ser para todo apostol.


Evangelio: Mateo 23,1-12


    En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo: En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que ellos os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros; pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencia por la calle y que la gente los llame “maestro”. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro padre, el del cielo. No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

                               ***                 ***                   ***

  El texto evangélico presenta una lectura muy crítica del movimiento fariseo: denuncia su exteriorismo y legalismo.  Y propone la alternativa cristiana: el reconocimiento de Cristo como único Maestro y Señor, y el de Dios como único Padre. En la comunidad cristiana deben privilegiar las actitudes humildes y diaconales, de servicio.


REFLEXIÓN PASTORAL

      Las palabras de los textos bíblicos de este domingo suscitan en los que, por la gracia de Dios, hemos recibido la misión de servir a la comunidad cristiana como ministros de la Palabra y de los sagrados misterios, una profunda reflexión y un serio examen de conciencia.
      Porque estamos expuestos a una grave tentación: la de devaluar o tergiversar la Palabra de Dios con nuestras propias palabras; la de escucharnos a nosotros más que a Dios; la de restar fuerza al mensaje de salvación que proclamamos, con nuestra vida pecadora; la de hablar más que orar; la de servirnos, en vez de servir; la de hacer pesada la carga ligera del evangelio; la de decir y no hacer...                                                  Muy bien lo explica san Agustín en su sermón sobre los pastores de la Iglesia. “Nosotros, dice, que nos encontramos en este ministerio, del que tendremos que rendir una peligrosa cuenta, y en el que el Señor nos puso según su dignación y no según nuestros méritos, hemos de distinguir claramente dos cosas: la primera, que somos cristianos; la segunda, que somos obispos. Lo de ser cristiano es por nuestro propio bien; lo de ser obispo, por el vuestro. En el hecho de ser cristiano se ha de mirar nuestra utilidad; en el hecho de ser obispo, la vuestra únicamente... Nosotros, además de ser cristianos, por lo que habremos de rendir cuenta a Dios de nuestra vida, somos también obispos, por lo que habremos de dar cuenta a Dios del cumplimiento de nuestro ministerio...”.
       Por eso, al comienzo de la Eucaristía, el sacerdote confiesa “ante vosotros hermanos que he pecado mucho” -y esa es una afirmación seria y real, y no sólo ritual-, y ruega para que “intercedáis por mí”... Porque llevamos un tesoro, el ministerio, en vasos de barro..., es preciso orar para no caer en la tentación.
       Pero estas palabras, que comienzan interpelando a los pastores de la Iglesia, no terminan ahí. Interpelan, también a toda la comunidad. ¿Cómo acoge la comunidad la Palabra de Dios? ¿Como la comunidad de Tesalónica? ¿O ya se ha acostumbrado e insensibilizado ante ella?
        “Todos vosotros sois hermanos”. Lo hemos escuchado en el evangelio. Quizá aceptamos de buena gana el que desaparezcan los títulos en la Iglesia. Quizá nos parezca bien eso de no llaméis a nadie maestro o jefe...; pero, según Jesús, esto no es por autosuficiencia personal, para reforzar el propio ego, sino para descubrir una relación mucho más fundamental e inmediata con Él -único Maestro y Señor- y con los otros.
         ¿Cómo vive la comunidad cristiana sus relaciones con Dios y con el prójimo? “¿No tenemos todos un solo Padre? ¿No nos creó el mismo Señor?” ¿No profesamos la misma fe? ¿No somos bautizados en el mismo bautismo? ¿No celebramos la misma Eucaristía? ¿No comulgamos el mismo pan? ¿No oramos juntos la misma oración?...
       Entonces, ¿por qué despojas e ignoras a tu prójimo? ¿Por qué la vida concreta circula en sentido opuesto a lo que teóricamente profesamos? ¿Qué hay de verdad en nuestra teoría religiosa, cuando no llega de verdad a nuestra realidad diaria, personal, familiar y social?...
        También nosotros, como comunidad, decimos y no hacemos; también nosotros, como comunidad, arrojamos pesadas cargas criticando defectos, sin mover un dedo y sin movernos para que las cosas mejoren...
         “Por vuestra culpa, dice la Escritura, maldicen los paganos el nombre de Dios” (Rom 1,24). Y el Concilio Vaticano II, al analizar el fenómeno del ateísmo moderno, detecta, como una de las causas, la incoherencia de los cristianos, su falta de responsabilidad ante el evangelio, su no vivencia de la fraternidad. Porque no es posible creer en Dios Padre, sin descubrir en el prójimo al hermano y acogerlo como tal.
         La Palabra de Dios hoy nos interpela a todos. Pidamos al Señor perdón  y pidámonos perdón por nuestras inconsecuencias y debilidades, y que Él nos ilumine y fortifique para saber concretar en comunidad de hermanos las exigencias de nuestra fe. 

REFLEXIÓN PERSONAL

¿Cómo acojo la Palabra de Dios?¿Cómo la vivo?¿Cómo la anuncio?
¿Digo y no hago?
¿Soy persona de interioridad o de escaparate?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.