sábado, 27 de enero de 2018

DOMINGO IV -B-

1ª Lectura: Deuteronomio 18,15-20

     Habló Moisés al pueblo diciendo: El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta como yo, de entre tus hermanos. A él le escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la Asamblea: “No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, no quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir”.
     El Señor me respondió: “Tienen razón; suscitaré un profeta de entre tus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, es reo de muerte”.

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   Moisés anuncia al pueblo que Dios suscitará un profeta después de él, en él pondrá sus palabras y estas serán su guía. También advierte del riesgo que asedia a todo profeta: hablar sin discernimiento, no ser profeta de Dios o hablar solo a título personal. El verdadero profeta no es un poseedor de la palabra, sino un poseído por la palabra a cuyo servicio entrega su vida. Jesús es el paradigma de ese Profeta.

2ª Lectura: 1 Corintios 7,32-35

    Hermanos:
    Quiero que os ahorréis preocupaciones: el célibe se preocupa de los asuntos del Señor, buscando contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su mujer, y anda dividido.
    Lo mismo, la mujer sin marido y la soltera   se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo, buscando contentar a su marido. Os digo todo esto para vuestro bien, no para poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el Señor sin preocupaciones.

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   Hablando del matrimonio y el celibato, Pablo propone a este como vía privilegiada de servicio al Evangelio. No desacredita la opción matrimonial, que tiene otras funciones significativas muy importantes en la Iglesia  -la de ejemplificar el amor de Cristo y la Iglesia (Ef 5,21-23)-. No estamos en el campo de la competitividad sino en el de la significatividad. “Cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos de una manera, otros de otra” (1 Cor 7,7). Los que optan por el celibato, gracia del Señor, lo hacen para una dedicación plena a la tarea evangelizadora. Por eso, no se justifica un célibe instalado, enriquecido y no entregado a evangelizar y a ser él palabra evangélica.


Evangelio: Marcos 1,21-28

    Llegó Jesús a Cafarnaún, y cuando al sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad.
    Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.
    Jesús le increpó: Cállate y sal de él.
    El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió.
    Todos se preguntaron estupefactos: ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y lo obedecen.
    Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

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    Jesús es ese profeta anunciado por Moisés: solo en él la palabra de Dios suena en toda su potencialidad y verdad. Es el Santo de Dios. Y desde el principio aparece enfrentado al espíritu del mal, que, ante su presencia, se siente amenazado de muerte. La gente lo percibe: la “autoridad” de su palabra no se identifica con el autoritarismo sino con la energía y credibilidad de la misma. El Evangelio no es solo anuncio de salvación, sino realidad salvadora, nueva y renovadora.  “¿Qué es esto?”. Es la pregunta que pretende responder el  evangelista Marcos con su evangelio.


REFLEXIÓN PASTORAL

     En un mundo saturado de palabras, discursos declaraciones contradictorias, surge, o puede surgir, el escepticismo, la sospecha, la duda sobre la veracidad y credibilidad de las mismas.
     Pero entra tantas palabras, hay una Palabra; entre tantas noticias, hay una Noticia; entre tantas promesas, hay una Promesa: la palabra de Dios, el evangelio de Jesucristo… ¿Habrá llegado hasta aquí el escepticismo que envuelve a las palabras humanas? Acostumbrados a casi todo, ¿nos habremos también acostumbrado al Evangelio, insensibilizándonos para captar su mensaje?
     “¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad”. El evangelio de Cristo no fue, y no puede ser, un mensaje ocasional y oportunista. No fue una ideología de acompañamiento, legitimadora de situaciones de hecho, por muy extendidas que estén sociológicamente. No fue pronunciado mirando al tendido, esperando hurras y aplausos… Y no puede serlo.
     “Sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad, sin que te importe nadie…” (Mt 22,16); esto lo reconocieron sus adversarios. Hasta los “demonios”.
         El relato evangélico nos presenta a dos hombres “poseídos” por el “espíritu”. Jesús, poseído por el Espíritu Santo, y el endemoniado, “poseído” por el espíritu del mal. Y en el combate vence el “Espíritu” de Jesús. Espíritu liberador, porque Jesús vino para eso para liberar al hombre de tosas las “posesiones” que le esclavizan. Vino a descubrir al hombre quién era Dios, cuál era su voluntad, emplazando al hombre a tomar una decisión.
      La palabra de Jesús era una palabra nueva y renovadora; de redención y esperanza; libre y liberadora; bienhechora y compasiva… Una palabra divina, aprendida en Dios: “Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia…” (Jn 14,10). Por eso dijo Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).
     ¡Qué contraste con nuestras palabras! ¡Vanas, vacías, incapaces de devolver la auténtica alegría y la verdadera libertad! Palabras teóricas, a las que casi nunca acompañan el amor y el sufrimiento por los otros. Palabras muy retóricas, pero poco prácticas. Aduladoras, pero insinceras…
     La única palabra que salva, digna de ser creída y con autoridad es la que nace de un corazón purificado y madurado por la compasión solidaria; la que nace de la contemplación de Dios…
     ¡Cuántos están esperando de nosotros esa palabra, la de Cristo, para sentir esperanza, amor, ilusión… Y nosotros se la hurtamos, se la negamos, porque hasta la desconocemos! Y, sin embargo, hemos sido sus depositarios y constituidos en sus difusores…, a nivel de magisterio y, sobre todo, de vida.
     Si esa palabra no es creíble quizá se deba, en buena parte, a que no seamos creíbles sus mensajeros, pero también quizá a que, en el fondo, los mensajeros no creemos en ella. Por eso, Pablo justifica el celibato como expresión de radicalidad para servir con credibilidad “los asuntos del Señor”.  
      Su reflexión en la 2ª lectura merece ser destacada. La evangelización debe interpretar la melodía evangélica polifónicamente. Y el celibato forma, como estado de vida, parte de esa polifonía. Él debe visibilizar ejemplarmente el pensamiento paulino: “Si vivimos, vivimos para el Señor… (Rom 14,8), sin división (1 Cor 7,35). Lo que hace creíble al celibato es la pasión evangelizadora del célibe. Este es un “desposado” con el Evangelio, al que debe la misma fidelidad que el marido debe a su esposa, en un matrimonio espiritual, pero no estéril, llamado a servir eficazmente a la vida. Pablo no minusvalora ningún estado de vida cristiana, sino que destaca sus peculiaridades.

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Es para mí el Evangelio novedad o rutina? ¿Qué espacio le  concedo en mi vida?
.- ¿Hasta que punto me entrego a los asuntos del Señor?
.- ¿Qué "espíritu" es el que "posee" mi vida?


DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

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